Madres buscadoras: la esperanza que el estado enterró con indiferencia
En México, la tragedia de las personas desaparecidas ha dejado de ser un dato para convertirse en una rutina atroz. Cada semana, madres —sí, madres, casi siempre solas— caminan entre cerros, baldíos, canales, basureros o fosas improvisadas, con una pala en una mano y la esperanza en la otra. No son investigadoras forenses, no son policías, son mujeres que un día dejaron de ser simplemente madres y se convirtieron en buscadoras de verdad, justicia y, en el peor de los casos, restos.
La cifra oficial de personas desaparecidas en México supera las 100,000. Es una estadística que parece congelarse en la indiferencia, mientras las autoridades federales y estatales se limitan a ofrecer discursos huecos, recursos insuficientes y protocolos que, en la práctica, no se cumplen. En lugar de desplegar cuerpos especializados, tecnología y acompañamiento, las instituciones observan desde lejos cómo las madres rastrean con sus propias manos, sin protección, sin apoyo, sin justicia.
En Tamaulipas, como en muchas otras regiones, hemos visto cómo estos grupos de madres armadas solo con amor y desesperación encuentran lo que las fiscalías no buscan: pertenencias, restos humanos, pedazos de ropa, huesos en campos de cultivo, solares abandonados o en medio del desierto. Hallazgos desgarradores que deberían provocar vergüenza nacional… pero no. Aquí, encontrar a tu hijo por tu cuenta no es noticia, es rutina.
Y lo más indignante: en muchos casos, el Estado no solo es omiso, sino que criminaliza y desprotege a estas mujeres. Han sido amenazadas, desplazadas, ignoradas, y lo más doloroso, abandonadas por quienes deberían garantizar sus derechos. El Estado no las cuida, no las escucha y muchas veces, ni siquiera las nombra.
Es imposible dimensionar el dolor de una madre que encuentra una mochila, una camiseta, una mandíbula en un predio baldío, y tiene que seguir el proceso de identificación por su cuenta, sin asistencia legal, sin acompañamiento psicológico, sin el más mínimo respeto institucional.
Y aun así, ellas no se rinden. Porque el amor por un hijo desaparecido no conoce de cansancio. Porque cuando el Estado falla, el instinto materno llena el vacío con rabia, con organización y con valor. Las madres buscadoras son el rostro más crudo y más honesto de este país: el rostro de quienes aman sin tregua, a pesar del abandono, el miedo y la violencia.
No es justo, no es humano, no es tolerable que la búsqueda de nuestros desaparecidos sea responsabilidad de quienes más los aman y menos herramientas tienen.
El Estado mexicano les debe mucho más que una disculpa. Les debe justicia, verdad, recursos, protección y sobre todo, humanidad. Porque mientras las madres busquen solas, todos estamos extraviados.