En ocasiones me resisto a escribir mi artículo periodístico, lo asocio al hecho de haber permanecido sentado por 8 horas aproximadamente en mi lugar de trabajo, y en ocasiones  otras 2 horas en mi taller literario; a veces culpo de mi resistencia a la fatiga, al sueño y en estos momentos al frío; pero esto me lleva a tentar querer repetir uno de mis artículos del pasado, pues tengo en mi haber aproximadamente 8,000 de ellos, mismos que he escrito durante los treinta años como articulista, y me pregunto: ¿Habrá alguno que valga la pena repetir? Al enterar de ello a mi esposa, ella me dice: ¿Qué acaso las personas no hemos escuchado más de una vez las mismas canciones, o hemos visto más de una vez las mismas películas, o leído el mismo libro? Si lo hacen, es porque les  ha gustado y quieren vivir la misma experiencia, porque no pierden vigencia en su ánimo. Cuando escucho este tipo de consejos, me regresa la energía, y entonces, con cierto entusiasmo me pongo a buscar en mis archivos y al volver a leerlos, he de confesar con humildad,  que me causa sorpresa encontrar elementos que siguen vigentes, así que selecciono los que considero los 10 mejores de un mes, aunque sólo hayan sido vistos por 10 o 15 lectores y 1 o 2 lo hayan comentado, y decido ponerlo nuevamente en circulación, pero al estar frente a la computadora, me asalta un sentimiento desagradable que me lleva a la tristeza; es en ese momento en el que cierro los ojos y pido perdón, sí, pido perdón a Dios por dejarme llevar por el cansancio y el desánimo, por dejarme vencer por pensamientos derrotistas, y por mi fragilidad, de ahí que un maravilloso día, con cierta desesperación le dije a mi Maestro Jesucristo:¡Señor! cuando tú me digas que me detenga, dejaré de escribir, no creo que con ello afecte a mis lectores, entonces en ese momento, inesperadamente se acercó José Manuel, mi nieto más pequeño   y me preguntó: ¿Abuelo estás escribiendo tu enfoque? Volteé a verlo y al ver  en aquellos grandes y hermosos ojos una infinita ternura, le contesté: Sí, estoy escribiendo mi enfoque. Y el niño continuó diciendo: ¿A quién le escribes tanto? Le escribo, le dije,  a todo aquel que tenga oídos y escuche. El niño, con extrañeza responde: Pero si lo que se necesita para leer son los ojos. Tienes razón, José Manuel, pero de nada sirve tener ojos, si no se puede escuchar lo que se escribe con el corazón.

Mi mano, mi pluma, mi pensamiento, mi corazón y mi espíritu son una herramienta de Aquél cuya voluntad hago mía.

“El que me sirve, sígame; que donde yo estoy, allí estará también el que me sirve; y a quién me sirviere, le honrará mi Padre” (Jn 12:26).

 

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