¿Por qué te fuiste, él se acercó a mí y fijó su mirada en mis ojos, no dijo más en ese momento, pero yo entendí que tendría sus razones para haberlo hecho. A la mañana siguiente, lo encontré de nuevo en el mismo lugar, presentí que me estaba esperando, así es que me acerqué y hablándole suavemente le pregunté: ¿Ya quieres hablar? ¿darás respuesta a mi pregunta? Pero él seguía en silencio, sólo me miraba fijamente, más, no vi en sus ojos ninguna evidencia de resentimiento, mucho menos odio, más bien, vi en ellos una ternura inequívoca, que, a mi sentir, seguramente sería una respuesta.
Está bien, le dije, no haré más preguntas, bienvenido de nuevo, tu presencia en mi vida me hace muy feliz, pues significas mucho para mí, si tuvieras tiempo te podría detallar cuánto, aunque sé bien que tú tienes ya conocimiento de ello, es de esperarse que actúes con cautela, ha pasado ya mucho tiempo, tal vez sea necesario empezar de nuevo, así, como la primera vez en que nos conocimos, no temas, yo sólo deseo hacerte saber lo mucho que te extrañé al no saber de ti, ¿deseas que me presente?, tal vez eso te dé mayor confianza de mi sinceridad, si realmente no puedo recuperar lo valioso de nuestra amistad, podrás marcharte cuando quieras, aunque sólo te pido que seas benévolo conmigo, yo nunca he querido hacerte daño, mi torpeza tal vez fue el no poder hablar el mismo idioma y eso seguramente complicó la comunicación entre los dos, pero créeme, en todo este tiempo he logrado desarrollar el sentido telepático y la habilidad para entender tu comportamiento, jamás podría juzgarte mal, considero que igual es difícil que tú entiendas mi lenguaje y comportamiento.
Aquel día que te quedaste atrapado en lo que presumo consideraste un espacio abierto, lleno de luz y de posibilidades para sentirte seguro, al no encontrarme como sé que te hubiese gustado después de tu larga ausencia, empezaste a desesperarte y queriendo escapar de lo que te pareció una trampa, te topaste con el cristal de las apariencias, en tu intento de huida te lastimaste, no sé cuánto tiempo te sentiste atrapado y sin esperanza; afortunadamente pude escuchar tu doloroso y triste lamento, fue así como pude rescatarte de ti mismo, te tomé suavemente entre mis manos, y sentí el rápido latido de tu corazón que angustiado y temeroso deseaba marcharse, más yo sabía que a través del calor que te proporcionaron mis manos pudiste identificarme y fue así como poco a poco se fue regularizando tu ritmo cardíaco, después cerraste lentamente tus ojos en varias ocasiones, lo que interpreté como un mensaje: Estoy bien amigo, no te preocupes; entonces abrí mis manos y lentamente te incorporaste e iniciaste el vuelo, no sin antes demostrarme que tú también me extrañaste. Ahora con tu regreso estoy feliz.
Tomado del cuento de mi autoría: El colibrí y yo.
“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerar los lirios del campo, cómo crecen: No trabajan ni hilan: Pero os digo, ni aún Salomón con toda su gloria se vistió, así como uno de ellos”. (Mt 6:26-29).
Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com