Un buen día, un hombre se quejaba de la vida, al pasar muy cerca de él, un anciano le preguntó: ¿Necesitas ayuda? El hombre malhumorado le contestó en forma grosera: Retírate anciano, no necesito nada de nadie y menos de una persona como tú, que seguramente poco puede ayudarme. El anciano estiró la mano derecha para presentarse, pero todo parecía en vano, pues el ofuscado individuo, mantenía una actitud sumamente negativa. El anciano sin darse por vencido le dijo: Sea cual fuere el motivo para sentirte desdichado, este no será lo suficientemente poderoso como para arrebatarte la alegría de vivir. ¡Vivir! dijo con enfado el iracundo personaje. Sí, vivir, repitió el anciano esbozando una amplia sonrisa, así como lo hacen los que verdaderamente estiman lo que se considera uno de los obsequios más importantes que Dios nos dio a los seres humanos, si tú, por el contrario, eres de esas personas que se queja mucho de la vida, de su mala fortuna, de sus derroteros, seguro estoy de que cuando lo haces, no estás utilizando la plena conciencia, en el hecho de pronunciarte negativamente; al escuchar aquello, el desdichado hombre bajó la mirada y denotando arrepentimiento, le pidió una disculpa al viejo samaritano, que aquel venturoso día, al percibir la desdicha de su prójimo, se detuvo para ofrecer ayuda.
En ocasiones estamos tan cerca de los que nos necesitan y nos pasamos de largo, sin ver, sin escuchar, sin darnos la oportunidad de sentir lo que emana del alma de quienes, más que arrepentirse de vivir la vida, manifiestan con su actitud un callado y desesperado grito de auxilio, para salir de aquel estado que debilita el ánimo y mortifica al espíritu, traduciéndose en un exquisito dolor, donde los lamentos pueden llegar a los oídos de Dios, quien compadeciéndose de los que sufren en la tierra, envía a uno de sus ángeles para ayudar a los que, debilitados en su fe, se sienten derrotados ante las cotidianas situaciones que emergen de nuestro accionar inconsciente, y nos pierde en un desierto que nos aleja de la realidad y nos hace olvidar que todos somos hijos del Creador y merecemos misericordia para alcanzar la paz, para poder vivir la vida a plenitud
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