Y por qué no caminar más despacio, por qué no darnos tiempo para  disfrutar un amanecer o un atardecer para despedir al día y después  sentarse a la mesa con aquellos que tanto has amado para compartir los alimentos del día.

Y por qué no darte permiso para reír, sí, para reír a carcajadas hasta que te duela la cara por despertar a los músculos que permanecían rígidos ante un rictus perenne de angustia, de miedo o de tristeza.

Y por qué no dejar de preocuparse por el mañana y se vive a plenitud el presente, sin permitirle a la mente que caiga en costumbre de magnificar todo lo que nos pasa.

Y por qué no salir a caminar con la fresca para apreciar las bondades de la naturaleza, y cuando el hambre se presente, acudir con alegría a algún restaurante de la localidad para disfrutar sin remordimientos de un buen desayuno o almuerzo.

Y por qué no pasear en la plaza, sentarte en una banca, para degustar un helado, sin la preocupación de mancharte, sin la sensación de ser observado, sin tener que autocriticarte.

Y por qué no reunirse con los hermanos y olvidar que se tienen ideas diferentes, y las conductas que nos parecen inaceptables, olvidar para compartir una tardeada y esperar la hora de la llegada de la cena y compartir gustosos las anécdotas del día.

Y por qué no decirle no a todo aquello que nos daña sólo por el hecho de no consentir un pequeño derroche de energía, un gusto para el bien vestir, un gasto que nos parece inaceptable.

Y por qué no dejar de competir para vernos como iguales, para no despertar envidias ni celos infundados, para poder dormir con la conciencia tranquila al recordar, que algunas veces todos fuimos hermanos.

Y por qué no disfrutar de nuestra libertad, no importa si se es pobre  o se es rico, solamente para poder comprobar que la verdadera riqueza, reside en el hecho que tenemos vida y un poder inimaginable cuando sabemos amar.

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