Cargando el madero

Desperté en la soledad de tu dolor callado en el desierto de las  incertidumbres, les pregunté a las rocas viajeras que se deslizaban con el viento  y pasaban lento junto a mí, el porqué de aquel silencio sepulcral, pero igual ellas siguieron su lento caminar por aquel espacio de la nada.

Le pregunté también a mi sombra, que con afán buscaba grabar su silueta en la movediza y cálida alfombra de aquella arena de un blanco deslumbrante, que a mis ojos rechazara con un destello de luz casi alucínate, pero igual a mí esta me preguntaba qué estaba haciendo en aquel lugar donde nadie me esperaba.

No sé cuándo me perdí que aún me sigo buscando en el pasado, en aquel primer día cuando por estar ensimismado más que verte, te  sentí, al escuchar el lastimoso arrastre del pesado madero que cargabas, llenando el surco que dejaba con la sangre que emanaba de las heridas infringidas que tu bendito cuerpo no merecía.

Desperté en la soledad de tu dolor cuando lo hice mío, el mismo día que me vi cargando el madero de mis inequidades que si me merecía, por haber sido culpable de lo que nunca deseaste para mí, al no verte, al no escucharte, al no despertar del sueño de la indolencia, de la apatía, de la falta de humildad para merecer al menos un puñado de arena con tu divina sangre para que cerrara mis heridas y poder amarte con el mismo amor con el que tú me amas a mí.

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