(Del libro que nunca escribí)
¿Qué que te tengo que decir? Te quiero decir tantas cosas, pero has de saber, que hoy resulta tan difícil encontrar un momento, para que tu eterna preocupación por todo, me permita acceder a un breve espacio de la atención que me queda a modo, y así me puedas escuchar. ¿Estás ahora para mí? bien, vamos, siéntate a mi lado y respira despacio, no, no voy a discutir sobre lo mismo, porque el resultado, igualmente sólo nos dejaría más enfado, y la verdad, perder más el tiempo, no lo tengo contemplado. Que tienes muchas cosas por hacer, que no te alcanza el tiempo, pero mujer ¿acaso alguien te exige ese esfuerzo tan desgastante que te hace sucumbir a cualquier propuesta mía? ¡Que te espere! dices, ¿cuánto tiempo más he de esperar? Nuestras conversaciones nunca terminan, siempre nos quedamos a medias, y sabes lo que es peor, pasado un rato, ya ni te acuerdas lo que te he dicho, y como suele suceder vuelves a darle cuerda a la maquinaria que tanto te hace padecer; ¿que cuál maquinaria? Vamos mujer, sabes perfectamente de lo que te estoy hablando, por que darle tantas vueltas al asunto. ¿Otra vez te vas? eludes escucharme, sabes lo que pienso, que hace muchos años dejé de ser una prioridad para ti, y me pregunto si algo tiene que ver el hecho de que me esté volviendo viejo, y mira, que cuando nos vemos al espejo, yo sólo veo a un hombre y una mujer como el primer día en el que asegurábamos no podíamos vivir el uno sin el otro; pero qué digo, uno y otro hemos cambiado, yo me he vuelto más atenido y tú, tú derramas una energía que yo no sé de dónde procede, pero que al término del día no te alanza para llegar a la cama, para reposar el haber tenido la osadía de retar esa capacidad de amar de la que tanto presumes y con gran apego aseguras es bien vista por Dios, más, has de recordar, que tal vez, siendo yo un pecador, necesito más de tu piedad y de tu misericordia, pues tal vez hayas sentido en la construcción de nuestra historia, no haya cumplido yo con toda la maravillosa fantasía que suele envolver los sueños de las mujeres hermosas e indiscutiblemente bondadosas como tú. Mira, si estoy equivocado, y si amarte ha sido un pecado, pídele a Dios que me perdone, porque sólo el cielo podría consentir que te haya amado tanto y no te dejé vivir como tanto habías ansiado.
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