De mi corazón al tuyo

¿Que se ríe dices? ¿Qué su corazón habla con un profundo suspiro?

Entonces… ¿por qué cuando yo la miro, su mirada no está conmigo?

¿Por qué mi amable voz no llega a sus oídos? ¿Por qué su ternura no

se llega a desbordarse con la sonrisa pura de una madre que, aunque

duerma en la espesura de un letargo sinigual, reconoce con premura,

a quien grita más, pero no al hijo que la ama con locura?

Ahora me reprocho el haber sido tan callado y tan formal, por qué quise

parecer un hombre, cuando sólo era un niño, por qué renuncié a mi

alegría y la cambié por una oculta soledad llena de amargura, demostrando

con tal postura, que te podías apoyar en mí, para salir de aquella tormenta

que tantas veces amenazó con la rotura de tu noble corazón, mientras yo,

en la oscuridad sombría de mis reproches, por no poder hacer más,

parchaba el mío, con los hilos de las lágrimas que competía contigo.

Sí, lo sé, yo escogí esa vida, pero qué más podía ofrecer un hijo a su bendita

madre, cuando parecía que el cielo se caía, cuando el rayo atravesaba su

cuerpo inmisericorde.

Renuncié sí, a ser feliz, y sé que tú, así no lo pedías, y cuando aquel día

me diste tu bendición, me dijiste que no volteara atrás, que rehiciera mi vida,

más partió mi cuerpo, pero no mi corazón, por eso donde estuviera, el dolor

seguía, y un día estando casi muerto, el Señor se compadeció de mí y arrancó

de su huerto una hermosa flor para que estuviera a mi lado,

fue así como fui consolado, más nunca de ti me he olvidado.

¿Qué ríe dices? Entonces reiré yo también, pensando

que se está riendo conmigo, aunque en su alma esté llorando.

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