Alcanzando la paz

Y alcancé la risa que tenía prisa por dejarme atrás, y antes de quejarme como siempre hacía, abracé el poder, para mantener la calma de lo que desconocía, y empuñé la llave de la voluntad muy mía, para abrir el candado de las cadenas que me tenían confinado a ser infeliz; más, me paré de frente al temido tiempo, que cada día me exigía renunciar a lo que más quería.

Alcancé a subir en los primeros años, los peldaños de la escalera sin fin, para llegar a las alturas, donde la frescura mejora la cordura, para poder decir, si allá donde se encuentran los sueños de la fantasía y la locura, que describe la hermosura del lugar donde te conocí, para poder olvidar la amargura de la cara dura, que quedó impresa cuando la sorpresa de no existir, no tenía figura.

Alcancé lo inalcanzable, lo más deseable que un ser humano puede consentir, cuando el deseo de ser amable, resultó no ser confiable, para sobrevivir a la tormenta de preocupaciones no visibles, y subsistir al frío que congeló las ideas, para resolver lo detestable de la mente perversa que prefirió mentir.

Alcancé la felicidad a pausas, de los tiempos inolvidables, cuando se dice que se es feliz, que lo mismo son puerta de entrada o de salida a la eternidad prometida, de la comunión de tu alma con la mía, para obsequiarnos en esta vida el amor con frenesí.

Alcancé tus manos con las mías, para darte la seguridad de que no te soltaría, alcancé tu cara y llegué a tus labios, que acerqué a los míos para darte un beso, y en el embeleso, unir nuestros cuerpos en armonía, para escuchar el rezo del himno angelical de la alegría.

Alcancé a extrañarte de una manera desmedida, cuando estando cerca, sentía que de mi vida ya ibas de salida; extrañé tu risa y el cómo, de sin prisa, me mirabas con bondad y sin malicia, para decirme que me amabas, y allá muy lejos en el horizonte de los besos, la luz de tus bellos ojos, reflejaba los destellos de amor, en el espejo de los míos, derrochando la energía del espíritu creador de vida.

Alcancé la paz, la misma que el Cordero de Dios nos ofrecía, si lograba amarme como Él quería, y amar a mi prójimo como en su evangelio lo pedía.

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