Cuán grande puede ser el poder de una sola palabra, que lleve implícito el mensaje preciso que se requiere en un momento dado de la vida de una persona. Se dice que no hay que esperar nada de nadie que no sienta por sí mismo la necesidad de ser amado, porque quien no conoce lo que es el amor, no puede permitir que se reconozca en él la falta del mismo, de ahí su actitud altanera y autoritaria, evidenciando con ello la franca debilidad de su espíritu.

Todos necesitamos alguna vez que nos digan lo que deseamos escuchar, sobre todo de la persona amada, de aquella de la que esperamos confirmar su amor, aunque muchos digan que no se requiere decir nada, porque con el buen trato se puede decir todo; más aquél que ama, sabe perfectamente, que el efecto de las palabras duplica en mucho el valor del contacto físico.

Nunca le digas a un hijo que es un inútil, que es un fracasado, que te ha decepcionado. Nunca le digas a la mujer que has elegido como esposa que te decepciona, que no te agrada su desempeño amoroso, que no te inspira; nunca le digas a tu mejor amigo que es un mediocre, que no tiene clase, que es un ignorante; si amas a tu hijo, a tu esposa y a tu amigo, busca siempre la palabra adecuada para hacerle sentir el amor que tienes por ellos.

Una palabra dulce, llena de ternura, de misericordia, es como un bálsamo divino que sana todas las heridas, es como una brisa fresca en el desierto de la desolación, como el agua pura y cristalina en donde se refleja con nitidez el alma de aquellos que aprendieron a amar con el mejor Maestro.

Si alguna vez ha salido de tu boca una palabra hiriente, pídele al Señor que antes de llegar ésta al corazón de tu prójimo, la convierta en roca, para que se quede a un lado del camino, para que tus pies no vuelvan a tropezar con el sentimiento mezquino que ensombrece tu destino.

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