Ayer platicaba con mi esposa, sobre el miedo que genera la incertidumbre; aquellos que la sembraron en nuestro pensamiento, lo hicieron pensando no sólo en lograr un efecto inmediato, sino, lo planearon con la intensión de que la semilla germinara a mediano plazo, y pudiera dar sus frutos en un tiempo en el que nuestro país estuviera preparado psicológicamente para recibir y aceptar el producto de la maduración de una transición que va más allá de ser pobre o ser rico en lo material, una transición, que nos presente como normal una forma de vida tan distorsionada que nos aleje del conocimiento y aceptación del origen de la vida.

En nuestro país, como en otras partes del mundo, no pasa desapercibido el hecho de que el origen de la descomposición social, tiene más de una causa; por ello, en este momento la definición del término corrupción, podría considerarse obsoleta, pues tendría que involucrar a nuevos componentes que contribuyen a generar daños a la sociedad.

Se le podría llamar corrupto, en este momento, no sólo a quien realiza prácticas que se traduzcan como incumplimiento a decir la verdad de manera intencionada, para allegarse un beneficio personal, sino al que acepta como verdad una mentira, con la finalidad de justificar su mala conducta o la mala práctica de su desempeño como parte de una sociedad, que sustenta su conformación en el bienestar general. Podría considerarse también corrupto, aquél que renuncia a su dignidad y sus derechos, al dejarse presionar por influencia de quien ostenta un poder, cuya constitución legal lo obliga a respetar y promover los derechos humanos.

Hoy y siempre nuestra prioridad debe de ser la familia, quien acepta su responsabilidad, respeta los derechos individuales y se compromete para allegarle su bienestar, deberá cultivar los más altos valores morales para preservar en un futuro, el orden social. Que nadie nos convenza de lo contrario, que nadie nos induzca a abandonar nuestros valores familiares.

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