Ese día muy especial para ti, te vi feliz, tu sonrisa era la misma que lucías en tu juventud, y con ello, pude comprobar que no has envejecido, si acaso, cambias  la expresión de tu rostro cuando te dejas abrumar por las penas,  cuando dejas que las preocupaciones ocupen tus pensamientos, y no dejan espacio para  liberar toda la energía negativa que puedes acumular día tras día, en esos momentos, que sin ser malos, no suelen ser como tú quisieras; en esos días, cuando al levantarte por las mañanas sientes tu cuerpo cansado, esos días, cuando te acuerdas que debe de dolerte algo para distraer tu mente de aquello que le causa malestar a tu alma; y yo, por demás callado, con la mirada te digo suplicando: Mujer, no hagas caso, me gusta verte sonreír como ese día feliz en que regresaste de aquella actitud obscura que ensombrece tu ánimo y te roba la armonía que mantiene estable a tu cuerpo, tu mente y tu espíritu.

Ese maravilloso día, tus hermosos ojos brillaron como nunca, te olvidaste por un momento del pasado, de todo aquello que consideraste malo y que en realidad era un regalo para que pudieras entender lo mucho que vale tu tiempo y has repartido con tanta complacencia, para hacer feliz a otros, porque sientes que la felicidad de otros es la tuya y te hace olvidar el compromiso que tienes contigo misma, para conservarte siempre fresca, siempre joven, siempre alegre.

Ayer, por primera vez en muchos años, lograste liberarte de las culpas que no son tuyas y de la condena que has pagado por ellas, pensando que al hacerlo, sanarías todas las heridas de aquellos que no pueden ver más allá de sus preocupaciones.

Quiero pensar y en la confianza estoy, que Dios te dio la oportunidad de comprobar que naciste para vivir tu vida; no se te olvide que siempre se puede ser feliz, aunque no dejes de preocuparte por cómo les va en la vida a los que amas y amaste.

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