Casi en automático,  cercana la hora de la media noche, me dirijo a la recámara matrimonial para prepararme a dormir, ésta, como de costumbre, se encontraba en penumbras, por lo que me dirigí directamente a encender la lámpara que está sobre el buró derecho de la cama, y al iluminarse la habitación, lo primero que vi, fue un libro de cuentos infantiles, no pude resistir la tentación de tomarlo para hojearlo, por lo que me senté  sobre la cama para hacerlo, apenas había leído el título y se activó el área de los recuerdos, y pensé en el tiempo que había pasado desde la última vez que  había leído un cuento, probablemente unos treinta y cinco años, sí, mis pequeños hijos antes de dormir me pedían que lo hiciera, y si por algún motivo no podía hacerlo, inmediatamente le hablaban a su madre, que por cierto, dulcificando el tono de su voz, lograba establecer a los pocos minutos, un estado de somnolencia prematura que antecedía al sueño profundo. Paradójicamente, yo procuraba mantenerlos despiertos lo más posible, ya que, debido a mi profesión, me pasaba la mayoría del tiempo sin verlos, y para ello, tenía la costumbre de modificar las historias de los cuentos, logrando, la mayoría de las veces, introducirlos a las páginas como protagonistas, no sin antes mediar para que no discutieran por el papel principal, y una vez hecho el reparto, entrabamos todos en acción, disfrutando vivamente la aventura.

Cuatro décadas sin poder sentir y disfrutar un cuento, de hecho, actualmente, Andrea, mi nieta, que tiene 13 años, cuando pasa algún fin de semana en nuestra casa, me recuerda que cuando era una niña le leía un cuento clásico, en ese entonces, me lo llevaba a la recámara cuando ya me encontraba recostado, ponía el libro en mis manos y se acorrucaba a mi lado, y al empezar la narración, veía cómo abría enormemente sus hermosos ojos azules, buscando en el techo de la habitación, el hermoso plantío de girasoles del que le hablaba, y cómo estos iban siguiendo lentamente al sol, con la finalidad de aprovechar al máximo su luz y su calor, y ella se contemplaba dando graciosos saltos entre el plantío, mientras cantaba una armoniosa canción que hablaba de llegar  a la cima de la montaña, antes de que el astro rey pudiera ocultarse, esto, con la finalidad  de encender la luz plateada que evitaría que la tristeza de los girasoles llegara a provocar que sus delicados tallos se flexionaran para derramar sus lágrimas sobre la tierra. ¡Oh, hermoso lucero de cabellos dorados! Tú eres el sol que alumbra nuestros corazones, tú eres el plantío de los gloriosos girasoles, que haciendo una plegaria a Dios, le pide por todos los que sienten que con cada paso del día, se acrecienta la desesperanza porque no logran concretar sus anhelos.

Silencio, mi lucero se ha quedado dormida, escuchando el latido del corazón amoroso de su abuelo; mañana, mañana nos despertará el primer rayo de sol que se filtre por la ventana, y nuestro ser se erguirá completo en una plegaria de gratitud para nuestro Dios, por obsequiarnos el nuevo día.

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