Hace un par de días, debido a la suma de actividades cotidianas, me sentí más cansado que de costumbre, de ahí que al llegar la noche, mi cuerpo me reclamaba descanso con urgencia, le platiqué a María Elena y le avisé que por ese motivo me iría a dormir más temprano; normalmente espero a que ella termine sus actividades, para ir juntos a la cama, comprensiva y buena esposa como es, no tuvo inconveniente, así es que, me dispuse a descansar; apenas acomodé mi cabeza en la almohada, me quedé profundamente dormido. Siempre he tenido la fortuna de recordar los sueños que me hacen sentir que estoy despierto y que me permiten interactuar como si en verdad lo estuviera; pues bien, de pronto me vi sentado en una  silla  de una gran biblioteca, tenía en mis manos un maravilloso libro que hablaba del amor entre padres e hijos, al abrirlo, para iniciar la lectura, de una manera inexplicable, éste se abrió en un capítulo donde se encontraba una carta, el sobre lucía un color ambarino debido al paso del tiempo, en su parte frontal se podía leer las siguientes palabras: lo para ti; lo primero que pensé fue que alguien lo había dejado olvidado y  que debería de respetar su contenido, pero, había algo atrayente en aquella frase plasmada con tan bella letra que me invitaba a desentrañar su contenido; me pregunté, qué tan malo sería el enterarme de algo que seguramente había sido escrito con amor, ya que estaba precisamente en un libro que aludía el amor filial, por ello, decidido, tomé aquel viejo sobre con mucho cuidado para no maltratarlo y saqué de su interior una hoja de un color blanco inmaculado, parecía como si hubiese sido escrito momentos antes de haberlo encontrado; la carta estaba escrita por una madre a una hija y por haberme cautivado su emotivo contenido, me parece, con todo respeto para la emisora, que sería imperdonable no compartirlo, así es que, espero que a todos ustedes, mis estimados lectores, también los  motive a la reflexión:

Amada hija.

Nunca imaginé que el ser madre implicaría enfrentar una innumerable cantidad de retos en la vida, de hecho, lo que sí pensé antes de serlo, fue que toda mujer que experimenta el milagro de la maternidad no sólo cumpliría con el mandato divino de poblar la tierra, sino de vivir en carne propia, cómo su simiente de amor, se multiplicaría para darle sentido a la vida.

Quiero decirte, que desde antes de que te engendrara en mi vientre, ya te conocía, pues diseñé en mi mente y con el corazón, cada una de las finas partes que conformarían tu hermosa figura, serías pues, lo más bello y lo más bueno que pudiera crear en la vida.  

Al sentir tu desarrollo en mi ser, me dije: siempre serás lo más amado para mí;me esmeré en ofrecerte el mejor ambiente para que no hubiera nada que pudiera dañarte y cuando por fin te asomaste al mundo, por amor a ti, no percibí que tú serías del mundo, y que querías al mundo para ti, porque es bien sabido que cada persona es única e irrepetible y no una copia fiel de quien la concibe.

Siendo tú mi mayor alegría, pensé que yo podría ser igualmente la tuya, pero, cada quien tiene el derecho de buscar su alegría y con ello la felicidad en donde ésta se encuentre, eso lo llegamos a comprender las madres cuando sentimos que todo nuestro esfuerzo por hacer feliz a nuestros hijos, resulta insuficiente, de ahí que, llegado el momento, decidimos renunciar a nosotras mismas, para hacer un instrumento de la felicidad y la paz de nuestra descendencia.

Quiero que sepas, que cuando siento que no eres feliz, me invade una profunda tristeza, y que, si aún no has encontrado la felicidad y por ello sientes amargura en tu vida, deseo, a costa de mi propia vida y felicidad, que no te des por vencida, sigue buscando y sigue luchando, porque Dios ha dispuesto para cada uno de sus hijos la felicidad.

No me duele tu indiferencia, ni tus reproches, no me dañan tus ofensas, ni tus maltratos, porque yo, que te di la vida, y sé de qué está hecho tu corazón, te amo y te seguiré amando con el mismo amor con el que nuestro Padre Celestial nos ama.

Te amo hija.

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