A lo lejos de la soledad inesperada, me parece escuchar una voz, mas, no es un lamento que se pierde en el ocaso de la nada, pareciera ser una risa apagada por el llanto, ante una decisión desesperada que causó el quebranto de un alma enamorada.

A lo lejos, se pierde la límpida mirada, que sólo aprecia la emoción iluminada por la luz clara del buen entendimiento, y se extravía ante la inconciencia reiterada, de persistir sin argumento a seguir caminando por la senda equivocada.

A lo lejos, se escucha el clamor de las almas que opusieron resistencia a vivir en paz, y sin ninguna consecuencia, a abrir su corazón para que el amor de Dios sentara en su vida residencia.

A lo lejos se puede percibir, cómo el suave viento de divina procedencia, con tan delicada y atinada diligencia, mueve el sentir de aquellos que se dejaron seducir, por una necesidad que simulaba ser un vacío vital de su existencia.

A lo lejos se pierden los pasos de quienes no querían pisar fuerte por temor a ser escuchados, olvidando que su propio caminar, era la expresión de una acción por Dios, para demostrar que la fuerza del andar, no está determinada por la masa corporal que mueve al cuerpo, cuando la verdad reside sin cuestionar, en el espíritu dotado por su aliento.

A lo lejos me escucho a mí mismo, y mis palabras parecieran resonar como un eco, al chocar con mis debilidades y defectos, y al regresar a mí, en los momentos más inciertos, aquella voz que parecía perdida, llega a mi encuentro para decirme: Nada se ha perdido mientras Yo esté aquí, mientras tú quieras que esté; cuando crees escucharme lejos, es porque tú te has alejado de mí.

 

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