Al ver tan maravilloso prado, donde aún se podían apreciar las gotas de rocío matutino en el zacate, corriendo, me dirigí a la caballeriza, ensillé al caballo alazán, de un salto me subí, jalé la rienda y el noble animal respondió a mi mando, enfilando a todo galope hacia el pastizal. Se antoja todo muy hermoso, pero la verdad, jamás me he subido a un caballo y no por eso, no lo he deseado. De niño, cuando veía películas de vaqueros, siempre me vi montando un brioso caballo, levantando el polvo del camino, sintiendo cómo el aire rozaba mi cara y despeinaba mi largo cabello; pero a lo mucho, sólo llegué a subirme en un asno, allá cuando mi prima María Esther Medellín Caballero organizó una travesía por la sierra, para dirigirnos a la Laguna de Sánchez. Tanto nos dijeron que no nos acercáramos a los caballos porque podrían patear en cualquier momento, que empecé a tenerles miedo y a tomar distancia.

Muchas cosas no he hecho en mi vida por tener miedo, emoción que se acentuó gracias a muchas recomendaciones que nos hacían  nuestros padres, familiares o tutores; mas, me admiraba que Antonio, mi hermano mayor, o mi primo Gilberto, lograron vencer el temor, y disfrutaban todo aquello que yo seguía  anhelando.

Sin duda, otro factor que influyó para que no logara vencer mis temores infantiles, fue mi alto grado de responsabilidad, dócil  como un cordero, obedecía en todo a mis mayores, pero, esa obediencia no pasaba de significar brevemente en algunas reuniones familiares; porque siempre sobresalían las grandes aventuras que contaban de mi hermano mayor, notando que todos le guardaban una admiración muy especial, entonces yo me preguntaba si mi  forma de ser no estaría equivocada.

Ser bueno, en ocasiones, resulta ser una pesada carga, sobre todo en la edad en que necesitas de la atención y del amor de tus padres, porque  si no eres capaz de matar una mosca, no requieres de mayor atención, y empiezas a sentir cómo,  por no sobresalir, llegas a convertirte en un ser invisible. En ocasiones luchaba por hacerme visible, pero los retos y la competencia eran tan grandes,que al notar otros la diferencia en mi conducta, el juicio sobre la misma se volvía extremo, y entonces, de nuevo me preguntaba ¿Por qué no me evalúan con el mismo tabulador? ¿Qué hice mal?

Mi naturaleza no me ha permitido, por muchos años, ser diferente, como dicen que soy y he sido siempre, compasivo, atento, responsable, altamente sensible al dolor  ajeno, romántico, soñador, amante de la paz, de la justicia, lo que me hace ver débil a los ojos de los demás, pero además, me tachan de hipócrita, mentiroso, falso, muy pocos creen en este tiempo en la bondad, en la verdadera amistad, en fin, no sé si me haya perdido de algo en la vida, de lo cual me haya hecho infeliz, porque encontré, que lo que me hace infeliz, es ver a otros, ser infelices. Me consuela el hecho de que por el camino de la incertidumbre, se me acercó alguien que sí confía en mí y no me pidió más demostraciones que el amor que llevo en el corazón: Nuestro Señor Jesucristo.

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