Sentados en una de las plazas de la gran ciudad, un grupo de ilustres ciudadanos jubilados, recordaba con nostalgia sus mejores años, entre ellos, un maestro, un médico, un abogado, un ingeniero agrónomo y un veterinario, consolados todos por el día soleado, iluminando sus viejos recuerdos del pasado por el justo reflector que no se olvida de los pobres y desamparados. Tomó la palabra el maestro y dijo con marcada pesadumbre: ¡Ah! Compañeros, cómo añoro mis días de febril esfuerzo, el color del gis, el olor a tinta y el papel deseoso de ser por los niños trabajado, cómo añoro mi figura digna y responsable que era modelo fiel de generaciones amantes de su patria. La sinceridad de sus palabras motivó a sus compañeros, y poniéndose de pie el abogado dijo con evidente fervor republicano: Respetable para mí, sigue siendo compañero, su labor siempre fue admirable, no me olvido cómo un querido profesor me hablara por primera vez de los derechos y las leyes, de su ejercicio digno y honorable, por eso soy abogado, profesión por la que mucho me esforcé, para allegarle la justicia a aquél que por derecho, la había de merecer. El agrónomo, sintiéndose inspirado les dijo con orgullo: Cómo extraño las bondades de las tierras de cultivo, aquellas grandes y hermosas extensiones que cubrían de verde la patria mía, digno fue mi trabajo, y merecidamente reconocido por mucho tiempo por propios y extraños, y qué decir de mi pueblo mexicano, que en su mesa nunca faltaron las verduras, las frutas y los granos. El veterinario dejó salir su orgullo, al recordar cómo el ganado pastaba en aquellos prados, engordando naturalmente, sin la adición de ningún químico despiadado, que lo mismo envenena a la tierra, como al agua y a la carne que consume el ser humano. Cuando todos parecían haber hablado, de pronto, recordaron que el médico había permanecido por demás callado, y al unísono preguntaron: Tú compañero, despojado de tu orgullo blanco, ¿por qué no dices nada? El médico pensativo por todo lo que había escuchado, les dijo: Compañeros, unidos todos por la edad y los recuerdos, por la gran oportunidad que nos dio la vida de estudiar, todos han hablado con atinada verdad profesional, de la gran aportación que hicieron a su comunidad, veo que también todos coinciden en la dignidad perdida, y siento que en su momento, por estar en su vital medida ocupacional, todos dejamos de trabajar en otra singular tarea, la de preservar para las futuras generaciones una patria justa, soberana, promotora de la libertad y de la paz; me pregunto ahora, ¿por qué entre nosotros no se encuentran aquellos que, por falta de vocación, colgaron su título profesional, para dedicarse a la política? Tal vez el político no está igualmente sentado en la banca de la soledad, porque no querría recordar, lo que la ciudadanía resentida no deja de observar, que con afán le exigiría si pudiera escuchar, y sin duda le diría: Háblame de algo que signifique más que grises y frías estructuras de piedra y de acero, de costos inflados; de caminos pavimentados que se agrietan y se convierten en infames baches despiadados, de trabajos mal pagados, del injusto trato de patrones simulados, de acuerdos en lo oscurito, de destellos espectaculares que benefician sólo a los grandes y voraces empresarios; háblame de algo que no me haga sentir tan triste y desdichado por los continuos quebrantos de la ley, por tantos costosos desaciertos cometidos por empleados sin moral, desvergonzados; háblame de que pronto estaremos en paz, y confiados en que somos gobernados por otros seres humanos que también les duele estar sentados en una banca fría, calentando e iluminando sus cuerpos a la luz del día, agradeciendo la gratuidad que sólo puede ofrecer un rey amado.
Sí, los seres humanos somos imperfectos, pero no por eso debemos dejar de ser hermanos, por causa de la ambición desmedida, separados por el mal. La justicia, la equidad y la paz, son un derecho terrenal que aviva el sentimiento ciudadano.
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