Ayer llegó a mí una dama y sin conocernos, de pronto vi nacer entre los dos un lazo de indiscutible empatía, ella de 76 años, me contó lo que consideró la triste historia de su vida, pero que para mí significó un fantástico viaje a su pasado, al que ella con agrado me invitó, en el pude encontrar un vivo resentimiento por el hombre, al parecer en la figura de su padre, de quien había recibido sólo maltrato, después en la figura del que fue su primer esposo a quien se unió con la esperanza de escapar de la terrible pesadilla de su hogar, pero su situación no mejoró, por el contrario su sufrimiento se vio doblemente aumentado, ya que el hombre no la amaba y ella, que esperó que en su deseo de ganas de vivir esa segunda oportunidad la llevaría a conocer el amor, pero todo fue en vano, un egoísmo y un machismo acendrado, empeñado en doblegar su voluntad y borrar de su mente toda posibilidad de ser feliz, la convirtió en un objeto, en una especie de máquina de procrear, sin la ilusión de poder vivir su maternidad con la alegría que viene con los hijos que son deseados, una y otra vez se embarazó y recibió como gratitud el desprecio de aquel segundo hombre que sólo la quería para una cosa: la fornicación, porque los hijos le significaban menos atención a sus deseos, más trabajo que a ella le correspondía realizar, para mantener a la prole y mantenerlo a él. Pero, el haber perdido las oportunidades para alcanzar otro nivel de vida, a esta valerosa mujer no le impidió buscar una o más salidas honrosas para saciar el hambre y la necesidad de su prole y mantener al que la había condenado a pagar una injusta condena del que sólo había un culpable: el hombre.
Ella me dijo con la frente en alto y un orgullo de mujer digna muy bien ganado: Me va usted a perdonar, espero no insultarle con lo que voy a decir, el hombre para mí no tiene más valor que un sólo sueño de ilusión que algún día tuve, para mí, el hombre es y será siempre un ser cobarde. Con sincera admiración le contesté: tomo para mí la parte de culpa que me corresponde, reciba una disculpa y mis respetos, yo soy hombre, pero quisiera aprender a ser persona, que reconozca con humildad y gratitud en la mujer, a un ser de mayor alcance cuya dignidad debe preservarse de la depredación de los cobardes, usted, mi estimada y digna señora, me recuerda tanto la fortaleza de mi madre, la mujer por la que estoy aquí y a quien le debo la vida y todo lo poco o lo mucho que soy; ahora veo por qué Dios es su infinito amor y sabiduría, le dio a su unigénito una madre.
Veo en su actitud positiva que si hasta ahora no se ha dejado derrotar por los problemas, es porque usted es grande a los ojos de Dios; ha conocido su gran potencial y su verdadero valor, y no guarda ningún rencor porque sabe que si lo hace, eso sería un gran lastre que tendría que cargar, y usted no podría avanzar llevando tanta amargura en su corazón.
La mujer con una gran sonrisa de satisfacción se despidió de mí como la gran dama que es, no sin antes decir: Ahora veo que no todos los hombres son iguales.
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