Una de las divisas que más me gustan de los estoicos, y que me ha gustado a tal grado que desde que la conocí la hice mía, es aquélla que dice que la sabiduría se da siempre que se den cita tres principios fundamentales para dirigir nuestra conducta: la imperturbabilidad de alma o del carácter, los intereses universales y la ausencia total de vanidad.

Pues bien, en las últimas semanas he podido deleitarme con un libro que para mí reúne los tres atributos de la sabiduría estoica, y cuya lectura recomiendo ampliamente. Se trata de El infinito en un junco, de Irene Vallejo (Zaragoza, España, 1979).

Formada como filóloga en las universidades de Zaragoza y Florencia, esta mujer de semblante discreto te sorprende desde la primera página de este libro exquisito, en el que resume con un lenguaje no académico, ameno y sencillo (he aquí la ausencia total de vanidad) un aproximado de 30 siglos de historia del pensamiento a través de ese objeto fundamental de la cultura, el libro, mezclando generosamente una erudición universal sobre el mundo de la antigüedad con anécdotas de la vida cotidiana sobre el cine, la música y libros fundamentales que marcaron su vida y con lo que me identifico profundamente, pues a lo largo de mi vida he podido disfrutar de varias de sus referencias.

Del libro se han impreso un aproximado de 100 mil ejemplares, y su editorial, Siruela, ha firmado más o menos 26 contratos de traducción, lo que supone un éxito rotundo y fulminante de un libro apenas recién publicado en 2019, además de ser una sorpresa casi inaudita ante el hecho aplastante de que pareciera que ya nadie lee en estos tiempos, y resulta ser que un libro sobre los libros está rompiendo todos los registros y está en vías de ser traducida a más de veinte lenguas.

Es importante detenernos en el subtítulo: la invención de los libros en el mundo antiguo, cuestión que implica el desplazamiento en el tiempo al orbe civilizatorio de la antigüedad clásica organizado alrededor de dos centros de vitalidad fundamental: Grecia (Grecia imagina el futuro) y Roma (Los caminos de Roma). Esas son las dos únicas secciones del libro de Vallejo, a través de las que nos explica el camino fascinante de la cultura humana tal como se pudo dar en ese núcleo irradiador de formas históricas de la técnica y el conocimiento que llegan todavía hasta nosotros, y que se puede verificar en nuestro lenguaje cotidiano (el término política o ética remiten a Grecia, el término ley o moral, remiten a Roma).

Al ir avanzando en este libro extraordinario y ameno, recordé aquella anécdota que a su vez contara el intelectual fránces George Steiner, que explica de manera casi dramática el significado tan trascendental que tiene para una sociedad la existencia del libro como objeto cultural.  La anécdota trata del día en que le dieron a Nadine Gordimer, la gran escritora sudafricana fallecida en 2014, el Premio Nobel. Corría el año de 1991, y Steiner pudo asistir a la recepción que le organizaron a Gordimer para celebrar. Como era natural, habían asistido personalidades de todos los ámbitos de la alta cultura de Sudáfrica, incluidos líderes negros opositores al régimen del apartheid que sólo hasta que llegara Mandela a la presidencia, en 1994, pudo por fin terminar. A la primera que pudo, Steiner se acercó a uno de esos líderes negros para preguntarle intrigado por las razones por las cuales la comunidad negra sudafricana, que era mayoritaria, soportaba un régimen tan abyecto como el del apartheid mantenido por la comunidad blanca sudafricana, pero que era minoritaria. ¿Por qué razón una mayoría negra soportaba un régimen que los oprimía, pero mantenido increíblemente por una minoría blanca? ¿Por qué razón el pueblo negro no lograba transformar esa mayoría demográfica en potencia política para derrocar un régimen?

La respuesta del líder opositor fue lapidaria, porque lo que le dijo fue algo más o menos como esto: “porque nosotros no tenemos libro. Los cristianos tienen la Biblia, los musulmanes el Corán, los comunistas el Manifiesto del Partido Comunista. Los negros no tenemos libro”.  

Impresionante. Era obvio que a lo que el líder se refería era al libro como objeto-símbolo, a través del cual una colectividad adquiría identidad, unidad, fuerza, y la determinación de avanzar hacia adelante según el horizonte o la promesa que en ese libro-símbolo estaba dispuesta en uno u otro sentido, en unos términos o en otros.

El infinito en un junco de Irene Vallejo es una obra estremecedora que nos explica cómo fueron dándose las cosas, a lo largo de los siglos, para que un cristiano pudiera tener la Biblia, un griego la Odisea o un mexicano el Ulises criollo de Vasconcelos, y por qué en esa fiesta literaria, de aquel año de 1991, un líder negro opositor al apartheid hacía patente la necesidad del libro, como objeto-símbolo, para lograr la emancipación.