Quiero reencontrarme conmigo mismo, saber que aún estoy dispuesto a dar más de lo que puedo, que puedo sentir más de lo que siento, y contar más de lo que ya he contado.
Quiero reencontrarme con el niño lleno de ilusiones, con el joven creativo, con el adulto más que productivo. De hecho, quiero reencontrarme con el amor, porque si bien es cierto, que aún está conmigo, dejó de ser desesperado, para entrar en una calma que me tiene confundido, una calma, que puede esperar dormido a que el tiempo se consuma en hacer nada.
Quiero reencontrarme con la fuerza del ayer, la que me hacía sentir invencible, la que no cedía a los obstáculos que impone la voluntad del ser desconocido, que se quiere imponer ante la sentida culpa de los errores cometidos.
Quiero gritar que puedo y que nada habrá de hacerme cambiar de parecer, porque mi espíritu sigue tan fortalecido, que puede volar ante tanta adversidad, para avivar el fuego de una patria que empezó a palidecer ante la brutal sangría.
Quiero reencontrarme con los que en verdad aman a su tierra, los que motivados por su honestidad, con gusto ofrecen su vitalidad por el bienestar de su comunidad; con los que se crecen ante el injusto castigo por no comulgar con las ideas de inmoralidad que incitan a dejarse convencer de que todo en nuestro pueblo está mal y por eso habrá que renunciar a la nacionalidad.
Quiero dejar de temer a lo desconocido, a lo que han hecho crecer, a través de la publicidad que alimenta la ambición de los que nos quieren ver vencidos.
Quiero dejar de ser el mexicano que vive sin esperanza, que clama perenemente justicia, seguridad y paz para su patria. Quiero una nación libre y soberana.
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