¿Quién te está persiguiendo? ¿De quién estas huyendo? ¿Quién eres? ¿Qué mal has hecho? Me persiguen mis miedos, estoy huyendo de mí mismo, ya no sé quién soy, sé que he hecho algo mal, pero no sé a ciencia cierta si fue del todo mal. ¿Quieres sanar? Sí, lo deseo con toda el alma.

Muchos de nosotros estamos huyendo de algo, en mi caso, huía de ese sentimiento de orfandad paterna que me persiguió a muy temprana edad, les aseguro que busqué más de una manera de liberarme de ese nocivo sentimiento, recurrí primero a mi madre, pero ella a su vez libraba su propia batalla, haciéndose las mismas preguntas y respondiéndose de la misma manera que yo; me aferré entonces a la amistad con un hermoso perro que parecía un trapeador percudido, él me sirvió de soporte mucho tiempo, a él le contaba mi sentir, y me escuchaba con mucha atención, en sus grandes ojos podía ver la respuesta: Quisiera hacer más por ti, ojalá te bastara mi compañía. Un día mi perro que dormía a los pies de mi cama, no despertó de su sueño; el hecho me entristeció sobremanera y entonces, me recargué sobre el grueso tronco de un árbol de anacua, y si saber por qué, empecé a platicar con el árbol, yo sabía que me escuchaba, porque sin haber viento sus ramas movía, aquel buen amigo me cobijó con su sombra, hasta el día en que cambiamos de casa, entonces tuve la esperanza de que por fin dejaría de huir, pues sentí a mi padre un poco más cerca de mí, pero al poco tiempo me vi de nuevo huyendo de mis miedos, recordé entonces, que en los únicos seres en los que podía confiar era en los animales y los árboles, así que me acompañaron un búho, un par de conejos y un par de palomas; el búho me enseñó a ser paciente y a observar con cuidado todo lo que me rodeaba, los conejos me enseñaron a ser dócil, a relajarme y a disfrutar la comida, y las palomas me mostraron que cuando ya no te es posible huir de lo que te persigue, siempre se puede emprender el vuelo para recuperar tu libertad.

Con toda esa sabiduría aprendida decidí no voltear atrás, dejé de escuchar lo que no existía y pude caminar con confianza, y esa confianza me dio la oportunidad de descubrir que el amor no proviene exclusivamente de una fuente, que si bien un arroyo te puede conducir al océano, también hay ríos y mares que pueden facilitar el camino para dejar de sentir la orfandad, y así fue cuando conocí el amor de una mujer, diferente al amor que mi madre me obsequiara, y entonces me dije: Ya no estaré más sólo, pero a pesar de la fortaleza de la unión, se me olvidaron los valores que me obsequiaron mis compañeros de viaje el búho, los conejos y las palomas. Cuando nacieron nuestros hijos, la atención de la mujer se fraccionó y fui poco a poco perdiendo la paciencia, mi carácter empezó a endurecerse por el miedo a que regresará el miedo a la orfandad, quise volar y mis alas no se desarrollaron, entonces mi tristeza me llevó a buscar un árbol pero sólo encontré un viejo árbol seco, recargué mi espalda sobre su grueso tronco y empecé a llorar, mis lágrimas mojaron la tierra y sorpresivamente el árbol recuperó el vigor de su naturaleza; ante tal prodigio me puse de pie para admirar tal belleza, entonces pregunté: ¿Quién soy yo? Y el árbol dijo: Tú eres mi hijo amado, en quien he puesto toda mi complacencia.

Ayer, mi nieto mayor estando festejando el día del Padre, de pronto dijo: Dios no existe; los que estábamos presentes nos sorprendimos por su exclamación y cada uno trató de argumentar la existencia de Dios. Como yo me quedé callado, me dijo: Tú que dices abuelo, y al estar dando mi testimonio, los oídos de mi nieto se cerraron; por eso le escribo este relato, sobre el sentimiento de orfandad por la ausencia del padre, porque el verdadero Padre, nunca nos abandonaría a nuestra suerte.
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