¿Que si la quise? No, no pude haberla querido, porque lo que se quiere es temporal, y yo no quería perderla, te diré que preferí amarla, porque el amor suele ser eterno y no le exige nada al cuerpo, más bien, se funde al espíritu que lo anima para vivir en comunión y buscar con ello, más que los bienes de la tierra, los del cielo.

¿Qué si estaba enamorado? Cómo no había de estarlo, si con ella conocí el paraíso, me invitó aquél día abriéndome la puerta de su alma con aquella maravillosa luz que emanaba de su límpida mirada; recuerdo que calladamente me acerqué a ella, sintiéndome ya una parte de su todo, y curioso me asomé al fondo de una verdad, la que define el concepto del amor celestial, ahí, donde no existe la mentira, donde se escucha la armonía de la voz del corazón, que por cierto, no se deja influenciar por la conveniencia de la mente que suele ser engañosa, y que en su escrutinio detallado y riguroso, más que encontrar virtudes, encuentra defectos e intereses personales.

Sí, he de confesar que, al mirar sus tersos labios, en ellos vi el manantial que soñé para poder saciar la sed de mi eterna necesidad de ser amado y con un delicado roce de sus labios con los míos, inicié con ella el camino hacia la eternidad que juntos nos esperaba.

¿Qué si la sigo amando? Pregúnteselo a ella, porque yo no tengo duda, porque soy el arquitecto que construyó el templo donde le rezo a Dios por ella, porque el amor que le tengo es eterno, por el que busco afanosamente el cielo y no el infierno.

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