Llegó, como suele llegar la soledad, como un inesperado viento de un cálido día de una sofocante tarde de verano, cuando el deseo más apremiante del cuerpo agudamente desecado, es saciar la sed del descontento  provocada por la ausencia de motivantes y bellas ilusiones, cuando el fastidio ruin se suma al estresante peso de los párpados cansados, que de tanto esperar el asombro, termina con cederle el paso al pensamiento que amenaza con perderse en el oscuro vacío de un abismo, para viajar rumbo al país de los recuerdos y las desdichadas insatisfacciones del pasado, y se transforme con la luminosidad de la esperanza, en las ansiadas fantasías de una irrealidad que se vive sin temores, al convertirse  en mágicos  sueños de colores, donde se avivan los maravillosos encuentros que generan dicha y alegría.

¿Eres poeta? Preguntó el distinguido caballero. No del todo, le dije, simulando la agonía del que apenas recoge las palabras que escapan de los muchos corazones para darles vida. ¿En qué escuela de arte afinas tu inquietud de ser poeta? ¿Quién es tu maestro, incipiente aprendiz de tal altura? Mi escuela, ilustre señor, es la vida, seguramente, muchos aspirantes como yo, no tienen el interés de competir con aquellos cuya gloria trascendió a la historia universal, soy pues, un poeta urbano, si así lo quiere llamar, que no se exhibe en el escenario de un refinado teatro de una  sociedad que hace de la cultura un patrimonio personal y que tiene el suficiente poder para impulsar a quien seguro lo ha de merecer, más, mis poemas no tienen precio, no se venden,  ¿quién podría vender su corazón para alcanzar la fama? ¿Quién podría comprar lo que muchos no entienden por no saber amar? ¿qué palabras pueden valer de aquellos que, en su intento por trascender, en ocasiones hasta pierden la razón? de ahí, que los llamen locos, y su locura provenga del amor por todo lo que inspira su loca pasión tan desbordada.

No tengo más que decir, dijo aquel hombre de vestimenta y presencia extraña; seguramente nadie es profeta en su tierra, me queda claro, a mi entender, que raro no es tu proceder, pues yo, en mi tiempo, también lo he experimentado, por nuestra natural vocación, pocos nos podrán entender, si perder la razón, significa el darte a conocer como lo que eres.

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