Un día me encontraba meditando, después de enfrentar un desacuerdo sobre las variables que modifican el estado de ánimo de las parejas; recordaba el hecho de haber escuchado a lo largo de mis 44 años como médico de comunidad, una serie de testimonios de inconformidad de las parejas, incluía en ello novios, matrimonios, concubinatos o uniones convivenciales; observando que el tiempo de convivencia en sí mismo no era una variable de importancia en la generación de conflictos, sino la diferencia de carácter de las personas y la falta de una comunicación asertiva; la mayoría de las veces, sólo escuchaba el planteamiento de cada uno de los miembros de la unión, y sólo cuando se me solicitaba una opinión, procuraba no conferirle la razón a una de las partes, actuaba de manera conciliadora, buscando un mutuo acuerdo para mejorar la convivencia, viendo con ello, que momentáneamente disminuía el sentimiento de ser la víctima de una agresión injusta, sugiriéndoles que buscaran un profesionista especializado en relación de pareja; en alguna ocasión, me preguntaban si yo tenía pareja, si estaba casado o si era divorciado y no queriendo eludir el tema, mucho menos ser el artífice de la promoción de un modelo ideal para mantener en armonía, lo que siempre he considerado un difícil evento emocional, que implica un delicado manejo de los sentimientos, de los derechos y las prioridades individuales, sin la renuncia a sí mismo para llenar las expectativas del hombre o la mujer perfecta, que idealizamos cuando embriagados por el enamoramiento y la atracción física que desencadena la tormenta hormonal que nos hace parecer invencibles ante cualquier reto que se presente en la vida de pareja, aceptaba el hecho de que no existe relación perfecta, porque no existe hombre o mujer perfectos, y reconocía en el amor mutuo la única fuente de poder existente para aceptarnos a nosotros mismos con nuestras virtudes y nuestros defectos, de ahí que terminaba diciéndoles: No busquemos culpables cuando la relación de pareja, pareciere una barca amenazada con naufragar al navegar en un mar de tormentas continuas ya esperadas, busquemos con verdadero anhelo, el punto de partida que nos invitó a navegar juntos para emprender la aventura más extraordinaria y maravillosa que habremos de tener en la vida, veremos en ellos, que el amor es la única fuerza con la que contaremos cuando el mar embravecido del egoísmo quiera dividirnos, mantengámonos aferrados en unidad al timón que comanda nuestro rumbo, icemos con oportunidad las velas para aprovechar el viento, y veamos en la multiplicación de nuestros genes a quienes llamamos hijos, a toda la tripulación que confiada navega, sabiendo que en la barca los padres somos el capitán que, con la ayuda de Dios, nos hará llegar a buen puerto.
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