Y entonces, buscando una solución a las diferencias, resultó lo de siempre, esto es, que cada quien tiene su razón de ser, cada quien defiende su verdad; no hay vuelta de hoja, dirían los que al llevar a un punto la discusión, se percatan de que se regresa al principio.

A los que se les ha hecho saber, que no es necesario utilizar la inteligencia, porque hay quienes pueden utilizar la suya, para que los primeros no tengan que preocuparse por el presente y por el futuro, lo único que se les pide es que renuncien a sus derechos humanos, para que estas entidades sobrehumanas, que se conciben como deidades de excelencia extraordinaria y únicas, propias de nuestra especie, estén en condiciones de plena legalidad para que se les conceda la autorización de ejercer su divina autoridad para hacer valer su verdad y nada más que su verdad.

Pero Dios vio que esto no era bueno para el hombre, porque éste, había sido creado a su imagen y semejanza, pero también se le había dado la confianza de ejercer su libre albedrío, y con ello, tener la capacidad de evolucionar de acuerdo a su inteligencia hasta poder distinguir el bien del mal.

¿Por qué te escondes, le preguntó Dios al hombre? y éste contestó: Aquí en la tierra los hombres nos escondemos por dos motivos, el primero, es por vergüenza, por haber cedido nuestro libre albedrío a los que hicieron uso y abuso de nuestra ingenuidad y definieron por nosotros el bien y el mal, de acuerdo a su verdad y no a nuestra propia inteligencia; y  el segundo, es porque al desarrollar nuestra inteligencia, los que no coincidimos con la verdad absoluta proveniente de los que se han aprovechado de la ingenuidad, nos vimos en la necesidad de escondernos, para no ser objeto de la represión  presente y de la represión futura que nos espera, debido a nuestra cobardía, por dejarnos abusar por los que creen ser superiores a sus iguales.

Y ahora qué sigue: Ahora vendrá el despertar de conciencias y todo aquello que Dios vea como bueno persistirá, y lo que vea como malo, habrá de ser enviado a la oscuridad.

“Entretanto Jesús decía: Padre mío, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34)

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