Ayer cumplió años mi hermano mayor, el primero de los diez, los nueve restantes, conociendo su personalidad y su trayectoria en la vida, lo felicitamos deseándole lo que a nuestro entender más necesita, coincidiendo todos en: vida y salud. Conociéndolo como lo conozco, podría decirles que él diría: de mi vida he tomado lo mejor y siempre he vivido el presente; entiesase con ello, que ha hecho en su vida lo que ha querido, y aunque no estuviéramos muy de acuerdo en algunos aspectos, respetamos su forma de vivir, porque ninguno de nosotros tiene el derecho de decirle cómo vivir su tiempo, de ahí que Toño, no ha cambiado ni un ápice de lo que fue en su infancia, en su juventud, en su adultez y ahora en lo que se considera la transición hacia una edad que nos exige y exigirá a todos, el caminar más despacio, el despojarnos de nuestra arrogancia, el desprendernos de nuestro egoísmo y el procurar ser mas humildes, más dóciles, más  sensibles en cuanto a nuestras emociones; nuestra voz, la voz de Antonio, ahora denota  más paciencia para lograr lo que desea, más sutilidad para ser escuchado, porque aunque hable fuerte, siente que los demás padecen de sordera; ahora, en nuestro presente, empezamos a dejar ir la figura de lo que no fuimos e intentamos ser ante los demás, para ser lo que realmente somos ante los ojos de Dios, y fluirá de nuestro ser, la esencia divina del amor que siempre tuvimos para los demás, y que fingimos ocultar para no vernos débiles y vulnerables. En este nuestro presente, podemos intuir cómo sonríe Jesucristo, por cierto, Toño siempre nos quería hacer creer que era su cuate y como cuate, aguantaba todas nuestras impertinencias, pero cuando se encuentra en los momentos de soledad, siempre ha sabido que está a su lado cuidando de su alma, de su espíritu, haciéndole sentir el hijo muy amado.

Hoy Jesucristo está aquí, conmigo, diciéndole a Toño lo mucho que lo ama y lo mucho que lo ama su gran familia, y por extraño que parezca, lo mucho que lo amaron y lo siguen amando todos los que lo conocieron y lo conocen, porque lejos de tomar en cuenta lo que han sido sus errores, los que somos, hemos sido y seremos sus compañeros de viaje, lo hemos amado como Dios quiso que así fuera.

Mi madre, que siempre está conmigo, igualmente amada por todos sus hijos, en su aparente silencio, te abraza y te besa como el hijo primogénito que eres y siempre serás.

Dios te siga bendiciendo, Antonio Beltrán Caballero, mi primer amigo, y después de Jesucristo, mi hermano mayor, sigue vivo, sigue viviendo y sigue siento tú por siempre.

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