Los recuerdos me siguen como el viento que suele soplar por las tardes calmadas de los años ganados en tantas batallas, en ocasiones sopla tan suave, otras tan fuerte, pero que no deja de tener un efecto sobre el tiempo de la vida presente; tan suave pero eficiente como para desempolvar las superficies olvidadas, las estructuras vencidas y las mentes cansadas, tan fuerte, como para dejar una profunda huella a su paso, que por desgracia, no suele ser recordada por los beneficios que deja, sino por los estragos que provoca; y aunque se diga que el tiempo pasado ya no incide sobre el presente, a los seres humanos suele olvidársenos las secuelas que dejan las malas decisiones  de aquellos, que más que por el deseo ciudadano, sí por la comunión de intereses de los que viven de las inversiones políticas y del polis que da brillo a su ego.  De esas veces que tienes la oportunidad de presenciar un diálogo entre personajes que lograron alcanzar uno de su grandes anhelos en la vida, en el caso que hoy nos ocupa, dos ciudadanos, que si bien figuraron en su entorno profesional, ya satisfechos por sus logros, ambicionaban poder servir a su pueblo, y yo, como suelo ser invisible, no signifiqué un impedimento para que estos personajes hablaran con toda confianza sobre el tema; uno de ellos dijo suspirando: ¿Qué es lo mejor que podemos hacer por el pueblo? El otro contestó despreocupado: El pueblo siempre quiere muchas cosas, así es que, si piensas preguntarle lo que necesita, mejor no lo hagas; además, imagínate, si todo se conjuga en el hecho de sacarlos de la pobreza, no habría gobierno que pudiera darles gusto, porque cuando los pobres se acostumbran a la riqueza, se les despierta la ambición, entonces buscarán la forma de conseguir más bienes materiales. El otro personaje, con cierta resignación dijo:  Haremos un poco de maquillaje para que asome un poco el bienestar, eso sin lugar a dudas seguirá manteniendo el buen ánimo y sobre todo, nos permitirá seguir manteniendo nuestro capital político para futuras participaciones en busca de sentirnos bien con nosotros mismos; reactivemos el siempre socorrido plan de la esperanza, porque está bien comprobado que la esperanza nunca muere.

Y el viento siguió soplando, limpiando a su paso solamente la superficie de las cosas, eso, para dar la apariencia de que se están haciendo cosas nuevas, cuando en realidad se hacen las mismas; incluso, estos paladines del siempre bien socorrido impulso para el bienestar social, tienen también puesta su esperanza en que llegue el viento fuerte, aquél que en ocasiones, arranca de raíz todo aquello que, sintiéndose indispensable, pensó que era la solución de todos los males que padece el hombre, pero nunca se asomó a su interior, para encontrar en ello, que el verdadero mal tiene sus cimientos en la pérdida de sus propios valores, como persona digna, confiable, honesta y generosa, que vela desde su origen por el bienestar de sus hermanos.

La verdadera pobreza no radica en la falta de bienes materiales, radica en la falta de bienes espirituales.

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