Hay cosas muy agradables que me causaban felicidad y que he dejado de hacer en la vida, a la pregunta: ¿por qué? Siempre me he contestado: Porque el tiempo me ha llevado de una responsabilidad menor a una mayor y me exige por ello más atención y mayor energía, pero el tiempo también lleva consigo la incuestionable pérdida de vigor y de ánimo, para estar a la altura de las exigencias de los nuevos retos.

En ocasiones viene a mi mente aquella frase popular que cita “Agarrar el segundo aire”, pero me doy cuenta que en el camino he ido dejando la mayor parte de mis fuerzas.

La primera responsabilidad que adquirí de niño, fue aprender a amarme a mí mismo, fue la única manera de poder comprender lo que era el amor; la segunda, fue amar a mi prójimo como a mí mismo, entonces comprendí, que el amar de esa manera provenía de un amor mucho más grande que el que pudiera generar mi humilde naturaleza, y encontré que la fuente de dónde provenía esa maravillosa energía, se llama Jesucristo. Desde entonces, mi prioridad es mantener mi atención, mi energía, mi ánimo, mi vigor y mi tiempo en descubrir a mi Salvador, hasta en aquello que pareciera no tener un significado, porque estoy seguro de su presencia y no hay gozo mayor que sentirse cerca de Él.

¿Qué guía paciente y sabio, abrió mis ojos y me enseñó sobre el amor por la tierra, por las plantas, por los animales? ¿Qué voz divina le habló a mi corazón para entender lo que los oídos no entendían? ¿Qué fuerza superior, me ha permitido salir airoso de mis conflictos? ¿Qué luz ilumina mi vida en mis noches más oscuras?

Hay cosas agradables que me causaban felicidad en la vida y he dejado de hacer, y a la pregunta: ¿por qué?  Ahora me contesto: Porque Tú, mi Señor, me has invitado a caminar a contigo, y caminaré siguiendo tus huellas, recogiendo el amor que tu divino Ser emana, porque no hay nada más importante en la vida, que amarte por sobre todas las cosas y disfrutar de tu gracia.

“No me ruegues que te deje y que me aparte de ti, porque donde quiera que tú vayas, yo iré, y donde quiera que tú vivas, yo viviré, tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios, será mi Dios” (Rut 1:16)

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