Un buen día cuando mi nieto Sebastián entró a la adolescencia, me observaba detenidamente mientras escribía un artículo; he de reconocer que su mirada inquisidora empezó a preocuparme, después de un par de minutos, pasó su mano izquierda sobre mi abdomen y me dijo: Como que estás un poco panzoncito abuelo. Fingí no escucharlo, pero de nuevo repitió esa frase, y le dije: ¿Cómo vas a creer eso, si he bajado 5 kilos? El niño me contestó: Sí abuelo, pero ese dato es de hace 4 meses y la verdad, creo que, de ahí en adelante, por cada mes has recuperado un poco más de 1 kilo. Lo invité a que me dejara solo, porque no podía concentrarme en el escrito; apenas salió y de inmediato me dirigí a la cocina donde se encontraba mi esposa, como yo me había levantado más temprano, la saludé cariñosamente, pero no volteó a verme, ya que estaba preparando algo en una gran olla que tenía sobre la estufa; después le pregunté si el pantalón que traía me quedaba bien, ella volteó rápidamente y viéndome de reojo, me dijo: Sí mi vida, se te ve estupendamente. No conforme con su fugaz apreciación, decidí ir directo al punto de mi preocupación y le pregunté: Dime una cosa: ¿Estoy engordando? Por fin logré que me pusiera más atención y escaneándome de la cabeza a los pies me dijo: ¿Quieres oír la verdad? Desde luego, respondí, por qué habrías de mentirme en una cosa tan sencilla como saber si estoy pasado de peso. Ella se acercó y tocó mi abdomen, tal y como lo había hecho mi nieto mayor, y luego dijo: Gordo, como quien dice gordo, no, más bien estás infladito. ¿Cómo que infladito? ¿Qué significa eso? le respondí un poco angustiado. Ella me contestó: Mira, es como cuando estoy haciendo las tortillas de harina, de pronto, se inflan debido al vapor que se libera cuando el calor del comal incide sobre la masa, pero una vez terminado el proceso de cocción, la tortilla vuelve a ser plana, como debe de ser. Bonito ejemplo me has dado, le dije, o sea que estoy “infladito” por el vapor que se librera cuando la masa de mi cuerpo se calienta; me consuela saber que cuando me enfríe, mi abdomen volverá a ser medio plano; de todas maneras, quiero que me ayudes a perder un poco de peso; por cierto, le pregunté: ¿Qué es lo que estas cocinando? Capirotada, mi vida, pero bien hecha, tiene todo lo necesario y además le adicioné todo tipo de semillas.  Extrañado le dije ¿No crees que eso podría ocasionarme más “vaporcito” en mi vientre y por ende ponerme más “infladito”? No te preocupes, me dijo, no está dentro de mis planes darte a comer de este postre. Entonces me toqué mi abdomen y le dije: Después de todo, no debería preocuparme por tener vapor en los intestinos, el aire no engorda, además, sería injusto esperar todo un año a que llegue la Semana Santa, para comer capirotada, y perderme de comerla, sólo por no estar un poco más de tiempo “infladito”. Dicho lo anterior, poco tiempo después, entendí que la olla era demasiado grande como para un antojo y que comer capirotada, por más de una semana, no le regresa lo plano al abdomen.

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