Haciendo un recuento de los sucesos de la semana próxima pasada que impactaron mi ánimo, llegué a la conclusión, de que si bien es cierto me preocupa la viabilidad del planeta debido a la fragilidad de la paz con motivo de la inestabilidad mental de los presidentes de las grandes y medianas potencias, me sigue afectando sobremanera, las tormentas emocionales que ocurren en mi pequeño mundo.
Como decía él, nunca olvidado y bien intencionado Luis Donaldo Colosio: “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia, de gente agraviada” en nuestro amado país sigue vigente esa sentencia, que se da en grande y pequeña escala, pero, donde los actores de esa nociva consecuencia siguen multiplicándose, y en mayor o menor medida, esa hambre, sed de justicia y los agravios, ya no sólo son consecuencia de un mal gobierno, o del incumplimiento de los principios que originaron la conformación de un partido político, o de la voracidad de los empresarios sin escrúpulos; la responsabilidad de la mayor parte de nuestras calamidades sociales, políticas y económicas, recae en cada uno de nosotros, los ciudadanos.
Seguramente por necesidad, hemos llegado a renegar de los valores positivos que nos daban estabilidad emocional, paz y esperanza, para estar en condiciones de vivir en un ambiente torcido, violento, alejado de la buena voluntad, de la honestidad, de la confianza, de la calidad y la eficiencia en todos los procesos que contribuyen al desarrollo que garantizan el bienestar social.
Si deseamos que las cosas cambien para bien, tenemos que hacer el bien, iniciando por nuestra familia, privilegiando nuevamente los valores que nos distinguían como buenos hijos, buenos padres, buenos abuelos, valores que nos hacían sentir orgullosos de ser buenos estudiantes, buenos profesionistas o profesionales, siempre respetados por nuestra comunidad y respaldados por la honestidad y palabra empeñada para el bienestar dela comunidad.
Nunca es tarde para resucitar a la nueva vida, empecemos por amarnos a nosotros mismos para poder dar amor a los demás, recuperemos nuestra dignidad como padres, como hijos, como educadores de una sociedad que necesita de todos para salir adelante y vivir a plenitud la vida como Dios manda.
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