Vamos, dijo, démosle vuelo a la hilacha, y con ello quiso decir, que pensáramos un poco más en nosotros mismos antes que el sueño nos llamara al descanso eterno. Edad la tenemos para ser conscientes de que ya nos hemos dado mucho a otros intereses y no ha sido una tarea obligada, pero sí responsable, porque aceptamos los compromisos como una evidencia de nuestra honorabilidad y una respuesta que va más allá del afecto por las personas. Hemos dado mucho, en ocasiones, sin que nos lo hayan pedido, de ahí, que aceptemos con resignación el que nos digan: es por tu gusto.

A la petición, advertí sólo una discreta mirada, que evidenció la típica resistencia, esa que se aferra a seguir con las rutinas del aceptar que así somos, y siempre seremos así, las que nos hicieron creer, que nuestro tiempo para  disfrutar la vida ya había pasado, y solamente nos quedaba por hacer, el dejarnos llevar por la inercia, para llegar hasta donde topáramos con el final del camino.

Unas preguntas surgieron de todo lo anterior: ¿Qué tendríamos que perder si nos queremos un poco a nosotros mismos? ¿Habrá alguien que notara la diferencia? ¿Seríamos juzgados o condenados por aquellos a los que siempre nos hemos entregado? ¿Vería bien Dios nuestra intensión? La verdad no habría ninguna diferencia, la vida seguiría siendo igual para aquellos que nos han hecho creer que somos necesarios, más no indispensables.

Hoy quiero hacer esto, dijo, porque deseo sentirme dueño de mi vida, quiero reafirmar mi voluntad para decidir a mi favor, para sentirme libre de toda manipulación familiar o mediática.

Bueno, le pregunté un tanto extrañado: ¿qué quieres hacer? Nada del otro mundo, contestó, sólo quiero sentirme capaz de pensar por mí mismo y decidir por mí mismo; empezaría por tomarme un par de días libres, irme al campo, acampar, poner un asador, comerme un pedazo de carne suave, tan lentamente, que pueda apreciar su sabor, tomarme un par de cervezas, sin preocuparme si me harán daño, y una vez satisfecho,  esperar a que llegue la noche, para observar el cielo y sus estrellas, y en aquella quietud, platicar con quien solamente me ha pedido que sea feliz. Entonces le dije: Cuenta conmigo.

 

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