Después de la tempestad viene la calma dijo mi tío Tiótimo, refiriéndose con ello a las turbulencias que se presentan durante la organización de un evento y a la posterior relajación, cuando se da por finiquitado el mismo, sobre todo, cuando se tuvo éxito. Lo anterior lo comentó el pariente cuando llegué a su casa esa tarde, un día después de mi cumpleaños, pensé que se pondría contento pues le llevaba una docena de tamales que le había guardado, ya que no pudo cumplir con la invitación que le había hecho una semana antes; pienso que mi regalo fue de su agrado, porque casi me arrebata la bolsa y se dirigió directamente a la estufa para prender el comal donde los calentaría, me ofrecí a ayudarle y tratando de quitarle la envoltura de hoja de maíz, él me dijo que era un sacrilegio hacerlo, pues si algo le daba un sabor muy especial al tamal era cuando al calentarse de más la hoja ahumaba la masa, me invitó a sentarme en su mesa mientras terminaba de calentar lo que sería su cena, pues el acostumbra a tomar su último alimento del día a más tardar a las 18:00 horas; como le gusta que queden casi tostados los tamales, lo vi preparar una de sus recetas especiales de salsa; siempre me pregunté qué tenía de especial hacer una salsa de tomate, él me respondía que era la mano. Y es que después de poner los tomates sobre una de las hornillas de la estufa y esperar pacientemente a que se quemara la cutícula, lavaba un viejo molcajete que según él le había regalado un indígena familiar de Moctezuma, las maniobras de elaboración en verdad parecían primitivas, aunque poco higiénicas, pues según me dijo, no solía lavar con jabón el molcajete, únicamente lo limpiaba con agua, pues aseguraba que de hacerlo se llevaría al ancestral sabor que presumía. En otras de las hornillas recalentó una infusión de café, que había elaborado por la mañana. Cuando por fin terminó el proceso de preparación de su plato, puso al centro de la mesa un platón de madera con los tamales , el molcajete con una cuchara de madera y dos platos de peltre blanco despostillados, le quitó la hoja a 3 de los tamales y los sirvió en su plato, los baño en su salsa especial, y acercó un pocillo, también de peltre blanco manchado de tizne que contenía un humeante café negro, y empezó a engullir los alimentos, remoliendo el tamal con las encías pues no le agradaba ponerse la prótesis dental que le había elaborado mi compadre Toño Beltrán; cuando término de cenar, sin más, me dijo: Bueno sobrino, y ahora que vas a hacer, ya tienes un titipuchal de años; no más que tú tío, le repliqué, ¿a dónde va tu pregunta? No te hagas, ya estas madurito y necesitas poner los pies en la tierra. Te recuerdo tío que soy médico y que todavía estoy ejerciendo; ni quien lo ponga en duda, dijo el pariente, pero deberías tener otros quehaceres, tú sabes, para ir acostumbrando al cuerpo y a la mente, cuando llegue el momento de colgar los guantes. La verdad no me agradó mucho la franqueza del tío, tratando de cambiar el tema le dije: Bueno tío, tú ya tienes mucha experiencia en eso de las retiradas, obséquiame una idea, un buen consejo, como para qué te gustaría que me dedicara cuando cuelgue los guantes, como dices. La verdad, dijo el pariente, rascándose la cabeza, la verdad tienes muchas posibilidades, pero, yo diría que te dedicaras a seguir pensando que todo está bien, que hay personas buenas y necesitadas que requerirán un apoyo que no cause dependencias físicas, ni mentales, porque eso discapacita mucho a la gente, tanto, que se jubilan desde antes de que empiecen a trabajar. Pero tío, yo no soy mago, mucho menos santo para hacer milagros. Efectivamente no lo eres, pero tienes algo que muchos no tienen, lucidez, claridad y una buena salud mental. Me quedé pensando por unos momentos y le respondí: Gracias tío, ahora si me lo permite, deje me como un tamal con esa salcita tan especial. “Mas sabe el diablo por viejo que por diablo”
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