Un día acompañe a mi abuelo Virgilio a su rancho naranjero en Canoas N.L., recuerdo que yo tenía 15 años, y él me había levantado muy temprano esa mañana, me dijo que fuera a la cocina donde se encontraba mi abuela Isabel preparándonos el lonche y tomara una taza de café, para quitarme la modorra de recién levantado, pues manejaría su camión Torton de redilas rojas,  cuando llegué a la cocina  pude observar aquella olla de peltre azul con moteado blanco que estaba sobre la hornilla de uno de los quemadores de la antigua estufa Supermatic, mi abuela preparaba el café de la siguiente manera: hervía agua, posteriormente ponía la cantidad de café molido (una mezcla de caracolillo y córdoba) según sus cálculos y su experiencia, lo dejaba 3 minutos y después, con una taza de peltre blanco, con borde superior azul y un despostillado en la base, sacaba la infusión y la colaba sobre una taza; lo ideal era consumirlo durante la primera hora , pero en esa ocasión, puso en un termo mediano de color rojo con cuadriculado negro dos tazas de la  aromática bebida, pues  llegado el momento, mi abuelo y yo nos sentaríamos en un tronco de un añoso ahuehuete, caído sobre la orilla del arroyo y sacaríamos de la canasta aquel envoltorio de una gruesa servilleta blanca de algodón de cuadros amarillos, los famosos pares de huevo con chile piquín y de carne deshebrada con salsa de tomate asado, molido en el molcajete, posterior a retirar la cutícula quemada. Pues bien, durante el trayecto, mi abuelo me miró de reojo y  notó que yo me encontraba serio, me preguntó si tenía sueño y le respondí que no, entonces se acomodó su sombrero de tal manera que éste cubriera sus ojos y se atorara en borde superior de la nariz, por lo que pensé se disponía a dormir, pero cuál fue mi sorpresa que me dijo: No sé qué te pasa, pero sea lo que sea, piensa en esto “Lo que no fue, no será” al escuchar aquello me dije: No es posible, mi abuelo me leyó la mente y ya se dio cuenta de lo que me pasa; pues efectivamente estaba preocupado, pues mi padre nos había notificado que cambiaríamos de domicilio de Monterrey NL, a Cd. Victoria, y sentí que con ello, dejaríamos de acudir todos los fines de semana y vacaciones a San Francisco, y lo peor de todo, que dejaría de ver a aquella jovencita que en mi adolescencia me agradaba tanto y que sólo mi primo Gilberto sabía su nombre. “Lo que no fue, no será” Cuánta razón tenía mi abuelo, desde los 14 años me había dedicado a observar a la bella joven, sólo le hablé con la mirada, jamás crucé palabra con ella, mi primo Gilberto me animaba a entablar amistad con ella, pero la verdad, era tan tímido que preferí quedarme sólo con el recuerdo. Cuando por fin nos instalamos en Cd. Victoria, mi tristeza se desvaneció cuando un buen día me topé con una maravillosa mirada al dar vuelta en la esquina del 19 Zaragoza, ahí donde se encontraba la casa de los Peña, y sólo me bastó una mirada para quedarme atrapado en el alma de la mujer con la cual he vivido desde entonces.

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