En la época navideña, cuando paramos de correr, de gastar y de comer, pasamos a la etapa de la reflexión; por extraño que parezca, el tema central en muchas ocasiones, no es precisamente sobre ese particular, sino, en lo referente a la forma en que estamos viviendo nuestro día a día; salir a caminar por las mañanas los días posteriores al veinticinco de diciembre, me resulta especialmente adecuado para meditar sobre todo aquello que aún me inquieta y me preocupa en la vida; en ello no contemplo lo que ya he realizado y no me cuestiono sobre si lo hice bien o mal, pensando en que todo ya forma parte del pasado; más bien, pienso en todo aquello que me falta por hacer, pero no lo pongo en una perspectiva a futuro, lo sitúo en el presente, como si este fuera una línea continua de la existencia y donde mientras sigas caminando puedo seguir realizando todo aquello que le da continuidad a mi existencia.

Pensar cuántos días del año pisé firmemente y me sentí satisfecho, y en cuántos más, solamente me vi flotando en el tiempo y el espacio, por tener la sensación de que no fueron bien aprovechados, me deja en estos últimos días del año, con la idea de haber sido bloqueado por pensamientos pesimistas, adquiridos por contagio de un entorno deprimido por eventos indeseables.

Detenerse a reflexionar, siempre resulta recomendable cuando no se tiene la intención de acrecentar nuestro ánimo deprimido, sino el firme propósito de la búsqueda de soluciones para allegarse mayor satisfacción por las metas alcanzadas en la vida, pues estoy seguro, que siempre habrá más motivos por seguir caminando, que los que nos pueden impedir hacerlo.

Aunque la luz del día tarde en aparecer por las mañanas, y la noche llegue más temprano, la luz del corazón seguirá encendida para iluminar el camino de los que seguimos amando la vida.

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