“Venid a mí todos los que andéis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis el reposo para vuestras almas. Porque suave es mi yugo y ligero el peso mío.” (Mt 11:28-30)

Después de estar más de una hora sentado frente al monitor de la computadora esperando que llegara la palabra inspiradora, se acerca mi esposa María Elena y pregunta si ya está listo el artículo, y cuando se percata de que la pantalla está en blanco, de nuevo cuestiona ¿qué te está pasando? le contesto que nada, simplemente estoy esperando, y luego, le pregunto: ¿Si fueras tú uno de mis estimados lectores, de qué te gustaría que escribiera? Ella me miró con ternura y contestó: Yo sólo quiero que descanses; y entonces empecé a escribir.

Seguramente, la celebración de la Navidad como en otras ocasiones, no fue lo mismo para algunas personas, esto, porque la tristeza que habita en su corazón por la pérdida de un ser querido, no les permitió compartir del todo el gozo de glorificar a Dios, y es que, no resulta fácil olvidarse de los seres amados que ya se han marchado, y aunque existe un tiempo para que nos llegue el consuelo, seguimos teniéndolos tan presentes en nuestra vida que anhelamossu presencia.

Todos debemos descansar, y no solamente de las cargas que nos impone el trabajo diario, sino de aquellos pesares que con el tiempo son más agobiantes que la fatiga física, hacerlo no significa que hayamos dejado de amar a los ausentes, si somos personas de fe, estaremos en la confianza de que todo aquél que cree en Jesucristo no muere del todo, pues se encuentra disfrutando de la vida eterna; nuestro espíritu necesita también descansar y ese descanso radica precisamente atendiendo el Evangelio de nuestro Señor.

En una ocasión, uno de mis pacientes me dijo: Quiero morir para dejar de sufrir; sabiendo que profesaba la religión católica, le pregunté si tenía fe en Jesucristo; me contestó que sí; la hablé sobre el poder de la oración, y me dijo que oraba diariamente, pero que el Señor no lo escuchaba, y con respeto le pregunté ¿qué le pides a Dios? y me contestó: Que me lleve con Él cuanto antes, para dejar de sufrir; entonces le dije: ¿Acaso te has preguntado si estás orando correctamente? ¿Por qué no le pides que te sane?, por qué piensas que Dios tendría que complacerte, cuando para Él no hay imposibles y quiere mostrarte su poder sanándote.

Cuando al sufrimiento personal, por dolencias físicas, se le suma el sentimiento de insatisfacción, por pensar que no se es suficientemente merecedor de la felicidad, se instala el abandono en nuestra vida y optamos por imponernos un auto condena para padecer una muerte en vida.

“Donde hay fe hay amor, donde hay amor hay paz, donde hay paz está Dios y donde está Dios, no falta nada” (Blanca Cotta).

enfoque_sbc@hotamail.com