Ese día me levanté temprano como siempre, encendí la luz del baño, abrí la llave del lavabo, el agua estaba fría, un poco más que de costumbre y queriendo despertar del todo, mojé mi cara en tres ocasiones, después tomé la toalla rápidamente como  para evitar que el agua mojara la piyama, más aún sentía la pesadez propia de lo que llaman modorra; recordé que esa noche dormía con nosotros Diego, nuestro nieto más pequeño, cosa rara, pero posible, pues a sus padres no les agrada que sus hijos pernocten en otras casas, aunque se trate de sus abuelos.

El sudor perlaba mi frente, la noche era muy cálida y estábamos aún en los meses de invierno, de hecho, ambos convaleciendo de un cuadro viral de vías respiratorias adquirida una semana antes, y donde predominaba la congestión nasal, motivo por el cuál, María Elena y yo habíamos decidido no prender el aire acondicionado, de pronto, medio desperté y moviendo el hombro de mi mujer le pregunté por Diego, y ella más dormida que despierta me dijo, duérmete, el niño está bien.

Con cierto sigilo me dirigí a mi taller literario, pues no quería despertar ni a María Elena, ni a Diego, pero el niño que ya contaba con 4 años, tenía el sueño ligero y se levantó al escuchar mis pasos, y nada, que de pronto lo vi parado junto a mí, mientras yo escribía un nuevo enfoque de la vida; al verlo, lo invité a que se fuera de nuevo  a la cama pues era muy temprano para él, pero mi nieto, moviendo su cabeza de un lado para otro  decidió quedarse; para que no estuviera parado le acerqué una sillón junto al mío y el niño miraba atento cómo después de que mis dedos tocaban el teclado aparecían en la pantalla las letras, que al ordenarse, iban definiendo un sentimiento; entonces le dije: Son letras, y él contestó: Lo sé; le pregunté si ya sabía leer y me dijo que poco, pero, pero que no hacía falta, no al menos en ese momento, porque si pudo viajar en el tiempo, su capacidad de comprensión de todo cuanto ocurría se duplicaba, por eso, realmente su edad no era la de 4 años, sino la de 8 años; queriendo saber si estaba entendiendo lo que leía le pregunté: ¿Dime qué estoy haciendo? Estas escribiendo letras frescas, si yo las entiendo, cualquiera puede decirte lo que estas  escribiendo. Al escucharlo decir aquello, desperté, sequé el sudor de mi frente, moví el hombro de María Elena con insistencia y le pregunté: ¿Dónde está Diego? Y ella contestó: Diego está con sus padres, no ves que él es muy pequeño y necesita muchos cuidados, está en su cuna.

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