Mirar lo que no se ve pero se piensa que está ahí, y no se encuentra, escuchar el invisible paso del silencio, que sin esfuerzo habla a través de los instrumentos de viento, formados por la naturaleza, que va encontrando en su trayecto; sentir el sutil impacto de la vibración de la energía viva recorrer tu cuerpo, deleitarse con el aroma inexistente, que proviene de un jardín de una latitud lejana y que se hermana con todos los elementos para que nunca se pierda la esperanza, para vivir con tal alegría, que refleje nuestra gratitud en la pantalla azul del firmamento.

 

Vivir en la confianza de que el ser humano va a definir la naturaleza de su origen cuando de pronto se reactive la memoria ancestral que permanece en el interior del ser y que por razones de seguridad y estabilidad universal, ha permanecido dormida hasta que el hombre trascienda.

 

Hoy, no le pediremos más a la conciencia, sólo lo suficiente para sobrevivir en nuestro diario vivir, donde por estar lleno de distracciones, sólo hacemos uso de nuestro potencial aletargado, mismo que distingue a nuestra actual limitada capacidad para resolver, más que problemas, sólo situaciones cotidianas, buscando espacio para hacernos presentes en una  sociedad que, más que nos hermana, nos pone a competir por los espacios y en lugar de avanzar, nos hace retroceder para no desarrollar de forma temprana el natural poder para solucionar lo que enfrentaremos al paso del tiempo, como si estuviéramos viviendo en un estado de animación suspendida.

 

Letargo vespertino inevitable, producto de nuestras frustraciones y fatigas desmedidas, reclamas a nuestra vida puntualmente el pago de facturas por haber actuado en ocasiones como piedras, otras veces, como almas resentidas, imaginando ser siempre víctimas de las ambiciones de otros seres igual de confundidos, que buscan insistentemente lo que aseguran que se les ha perdido, cuando en realidad, son los causantes del vacío que llevan en su interior por no haber reconocido que son productos del amor y que han venido a poblar la tierra para disfrutar de toda la generosidad de su divino Creador.

 

Para encontrar lo que se busca y no se ve, bastaría con mirarse a sí mismo, pues hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.

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