Aquella tarde de verano, la cortina de tela ondeaba con libertad soberana, gracias a la fuerza del aire que generosamente entraba por la ventana, y el cuerpo beneficiario por ese deleite natural, se podía ver acostado sobre el camastro; y si el pensamiento había sido previamente desconectado, para que nadie perturbara aquel merecido descanso, ni el grito de la mujer que insistía en que el hombre se levantara para auxiliarla en los quehaceres domésticos, ni la algarabía de los niños, que habiendo llegado de la escuela jugaban descontrolados, corriendo y llevándose todo a su encuentro. Él así lo había decidido, era demasiado el cansancio, tanto que los años se habían sumado a la pesada carga de tener que conciliar el interés de tantos interesados en seguir siendo infelices, por eso, aquella tarde nublada, bochornosa, desafiante, le había servido de pretexto para dejarse caer en el camastro, para cerrar los ojos, para no permitirse maldecir, la vida que Dios le había obsequiado, porque además , si alguna culpa tenía, era haber sido demasiado condescendiente con el histerismo, las obsesiones y compulsiones, generadas por los ánimos desbordados de tantas personas que no querían entender, que en la vida suele haber de todo un poco, de alegrías, de tristezas, de sorpresas, de fortalezas y debilidades, porque habría que tener suficiente inteligencia, para entender, que nadie es perfecto, que así lo decidió el Creador para medir nuestra capacidad para discernir sobre lo que nos conviene, y sí, aunque parezca paradójico, en ocasiones resulta que lo más conveniente es ser un poco egoísta, y quererse a sí mismo para poder disfrutar de todos los bienes que se tienen; que, a qué bienes me refiero, a los que te otorgan el derecho de ser feliz, aunque los otros no quieran que lo seas; al bien de decir ya basta, y a decidir tomar de la vida lo que mereces; a los bienes que generan envidia entre los demás, como la felicidad, como el buen humor, la sonrisa, que a nadie le cuestan, y surgen de un espíritu alegre, lleno de energía y de vitalidad, que se revela ente tanta opresión, surgida de las mal entendidas autoridades, sea cual sea su embestidura; nadie puede subyugarte al grado de hacerte sentir un inútil, un cobarde, un mediocre, un indolente, en fin, ya me irán entendiendo los que aún conserven la libertad de pensamiento, de expresión en todas sus formas, siempre guiada por la verdad y el derecho a ser feliz, y por qué no, por los derechos humanos que tanto utilizan conceptualmente aquellos que quieren decir otra cosa, pero no se atreven, porque siempre es más conveniente disfrazar la legalidad a modo que se entienda entre los que hacen las leyes y las violan consecuentemente.
Nada como dejarse acariciar por el suave viento que entra por la ventana, por el arrullo de las cortinas, que llegan a rozar sutilmente alguna parte del mortificado cuerpo, y que son como suaves caricias que calman tu ansiedad, con un mensaje silencioso, que interpretas como: Descansa, no pasa nada, ya has dado mucho de ti, a los que lo merecen y no lo merecen, a los que te obligan por ley, y a los que te obligan moralmente y resultan ser aún más exigentes, porque esos, no sólo te reprochan el que descanses, si no el hecho de no pensar como quieren, de no seguir el mismo camino de derroteros ante la imposibilidad de sentir compasión por ellos mismos.
Ahora, después de leer esta amena lectura, ya estaremos en condición de decir: Qué bien me siento al ser yo mismo y no la caricatura que siempre pensé que debería ser para estar en el ánimo de los demás.
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