Era uno de esos días ventosos, propicios para elevar el cometa, yo no me había atrevido antes, pues a mis diez años, en otros tantos intentos, en otros tantos días iguales, cansado de correr con el hilo en la mano, terminaba cansado y el cometa terminaba estrellado en el suelo; por eso, y el desgano que viene con la frustración del fracaso, había decidido, que aquella hazaña no estaba a mi alcance; más aquel día ventoso, donde mi cabello volaba sin perder sus raíces, me dije, ya no soy aquel niño miedoso, y sintiendo en mi haber el gozo de un triunfo anticipado, a una edad aún permitida, recuperé la entereza, levanté la cabeza y tomé en mi mano el hilo y me fui corriendo, al ir tomando altura el cometa se encontró con la fuerza del viento y me exigió resistencia; una vez logrado el anhelo, mantuve tensa la cuerda, y respondiendo el cometa, se fue alejando cada vez más de la tierra; más, cuando quise recuperarlo, comprendí mi torpeza: Se puede desear mucho algo, incluso, se puede amar y en tu empeño mostrar sinceridad, honestidad y destreza, pero cuando la naturaleza reclama para sí lo que tanto habías deseado, te mostrará que la verdadera fuerza se llevará lejos de ti lo que tanto has amado.
Era uno de esos días ventosos, de cielo gris y sol apagado; era pues un día de tristes recuerdos, de risas fallidas, de miradas otrora brillantes, de recuerdos de mucha energía, tanta, como para hacerte correr tratando de vencer al viento contrario que busca salida, para ir al encuentro del mar aquietado y causar la embestida, para hacer de su ánimo, una tormenta que alejará de tu vida los gratos recuerdos de un ayer, de los retos de vida que te hicieron caer, pero no te pudieron vencer cuando Dios así lo quería
Ahora, dejaré de buscar el cometa que aquel día ventoso se fue de mi vida, se fue por su cuenta, en su libre partida.
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