Entonces le pregunté a Mario: ¿Cuál es el plan?  Él estaba recostado sobre la almohada en su cama, mientras yo me encontraba sentado en un viejo sillón que tenía en su cuarto, me miró con un dejo de fastidio y contestó: No hay plan, escuchemos música solamente y pongamos a trabajar la mente para haber si se nos ocurre alguna idea.  Me quedé pensando en su respuesta y me parecía increíble que una persona como mi amigo y vecino no tuviese una de sus brillantes ideas en ese momento, entonces aproveché para decirle: Qué te parece si visitamos a mis abuelos maternos en Villa de Santiago, nos vamos mañana sábado muy temprano en autobús, sirve de que conozcas el lugar y dejes de idealizar mi recorrido por el lugar, cuando te cuento de mis aventuras. Órale, dijo Mario, y agregó, como el viaje es corto, llevaremos sólo un cambio de ropa, se puso de pie y colocó en disco de vinilo con canciones de Hervé Vilard, cantautor  francés que sonaba en aquellos años mozos, se dejó escuchar la versión en español de “Ya para qué” y  siguió “Capri se acabó”, después, salimos a la calle de aquel barrio del 19 y 20 Zaragoza, no sin antes que yo me despidiera de su mamá, Doña Lapita, que amablemente  me invitó a pasar a la cocina para degustar un guiso, con pena le dije que no, pues había quedado de comer en la casa, pues mi madre se estaba esmerando en hacer la comida para la familia.

Ya en la  puerta de salida , Mario cruzó la calle rumbo al estanquillo de don Julián, y yo lo seguí a corta distancia, pidió un refresco y unos cigarros, don Julián me preguntó si también yo quería un refresco y le dije que no, se hizo una pausa y como era la costumbre de aquel añoso hombre, nos empezó a contar una historia y dijo: Dichosos ustedes que únicamente tienen que meter la mano a la bolsa del pantalón para sacar unos fierros y comprar lo que se les antoje, en mi tiempo de niñez y juventud, en el pueblo donde yo viví había mucha hambruna, tanta, que mi madre me llevaba a visitar una comadre, disque a saludarla, pero la intensión era que nos convidara algo de comida, recuerdo que aquel día  mi madre se paró a un par de metros del jacal de su comadre y le grito: Ave María, un par de minutos después salió la comadre contestando: Sin pecado concebido, atrás de la comadre se juntaron un montón de gallinas y ella nos dijo: no se vayan a reír, porque las gallinas tienen tanta hambre que suelen confundir los dientes con granos de maíz. A nosotros nos pareció gracioso esto último y soltamos una carcajada, don Julián muy serio nos pidió respetáramos su experiencia, y sí, Mario y yo ocultamos nuestros dientes bajo los labios para solidarizarnos con aquel hombre que seguramente como todo adulto mayor quería contar sus anécdotas.