En aquella época(1960 a 1970) tener un auto con clima era un lujo, bueno, al menos para la clase media que tenía uno, más por nuestra juventud que por necesidad y por el espíritu aventurero de la edad, no importaba, porque bastaba con abrir las ventanillas para que entrara el aire fresco de la mañana, que igual mantenía fresca nuestra cara y cuerpo, así como el interior del vehículo, pero, además se podía disfrutar de la pureza del aire, lo que permitía allegarnos también el aroma de la naturaleza, de los árboles y arbustos que crecían a los lados del camino; más, después de recibir por algunos minutos el roce de aquella fuerza, las lágrimas de los ojos empezaban a rodar, y sumándose a la queja de nuestras hermanas cuyo cabello largo se enmarañaba tanto, que no lo podían peinar, era el momento propicio para que nuestro padre ordenara tajantemente que cerráramos las ventanas traseras y únicamente quedaban abiertas las delanteras, aquello terminaba por convertirse en un sauna, y la inquietud, por las molestias ocasionadas, predisponía al mal humor y a la irritabilidad, lo que no pasaba inadvertido para el capitán de la nave, que molesto empezaba con llamadas de atención moderadas, pero al no poder controlar la trifulca de los pasajeros de aquel habitáculo, detenía el auto para indagar cuál de nosotros era el causante de aquella insubordinación y a falta de Toño, mi hermano mayor en el vehículo, me tocaba a mí recibir el duro extrañamiento, mas, enemigo de las injusticias como he sido siempre y considerándome de carácter tranquilo, trataba de explicarle cómo se había suscitado el conflicto, resultando estéril mi alegato, y al mostrar inconformidad, mi progenitor más molesto aún, terminaba por dictar sentencia, la que consistía en bajarme de auto en plena carretera, para mi fortuna, faltando solamente algunos 8 A 10 kilómetros para llegar a nuestro destino, no niego que sentía cierto temor a mis 12 años, pero lograba llegar con bien, encontrando a mi madre sumamente preocupada por la tajante decisión de mi padre.
Dicen que todo deja una enseñanza, lo que yo aprendí, fue a tener prudencia, pues, aunque se tenga la razón, no siempre se gana, sobre todo, cuando el oponente tiene más fuerza y poder que tú; también aprendí a perderle el miedo a caminar solo, cuando se tiene la seguridad de conocer el camino; y a fortalecer la confianza en mí mismo para vencer la adversidad. Lo único que me dolía era ver sufrir a mi madre, pues imagino su temor de perder a un hijo.
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