Tenía acaso 5 años de edad, cuando me encontraba plácidamente recostado en el regazo de María Ernestina Caballero Saldívar, o sea mi madre, ella deslizaba suavemente sus uñas sobre mi cuero cabelludo, caricia que complementaba gratamente la sensación de estar bajo su resguardo y amparo; ella me preguntó si tenía sueño, porque veía que entrecerraba los ojos, esto, para llevarme a dormir a mi cama, pero yo le dije que no quería dormir, lo que quería era estar siempre tan cerca de ella, como me sentía en ese momento; mi madre sonrió y me dijo que me estaba consintiendo porque me portaba bien y me lo merecía, entonces le pregunté: ¿Y si me porto mal, también me consentirías? Y contestó de inmediato. Si te portas bien o te portas mal, como quiera te amaría. Le respondí: ¿Entonces me puedo portar mal al menos una vez, para sentir que me amas igual como me estas amando ahora? Mi madre se molestó un poco con mi pregunta, pues ya en otras ocasiones le había hecho una pregunta similar a la que le estaba haciendo y ya me había explicado por qué daba más atención a mis hermanos que eran más “cabezudos o cabezas duras” como nos decía cuando no obedecíamos sus mandatos. En aquel entonces pensaba como niño y ese tipo de respuestas no despejaban mis dudas, por eso insistía en el tema. Después de un par de minutos de silencio mi madre me preguntó: ¿A ver qué es lo que realmente quieres que te diga? Volteé a ver su carita y pude ver como su labio inferior le temblaba finamente, en ese momento me arrepentí por ser tan necio, por mortificarla con mis necedades, pero ella quería aclarar definitivamente mis dudas e insistió, se me quedo mirando fijamente y no pude sostener la mirada, avergonzado incliné la cabeza y llorando le contesté: Quiero escuchar las palabas mágicas. Mi madre respondió: ¿Cuáles palabras mágicas? Sólo dime que todo estará bien, que nunca te irás de mi lado; dime que confías en mí, y que un día seré tan fuerte como mi hermano, dime que no me preocupe, que debo dejar de tener miedo. Mi madre me abrazó fuertemente y me dijo: Siempre estaré contigo como lo estoy ahora, verás como muchas veces, aunque el cielo se ponga gris y empiece a tronar o iluminarse con los relámpagos, no habrá tormenta y si la hubiere, esta pasará y el sol seguirá iluminando tus días.

Años después cuando pensé como adulto, y me comporté como tal, supe de lo que estaba hablando mi madre, así como ella supo de lo que estaba hablando mi yo niño, cuando tenía 5 años de edad.

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