Y tomando en mi mano aquella pequeña pantalla de luz blanca, con orgullo mostraba el angelical rostro de los miembros de mi gran familia, primero el de mi madre, hermosa como siempre, llena de vida; después el de mi amada, en sus años más floridos, siempre cerca de mí y yo como un  sólido árbol de roble, obsequiando mi brazo que como brote mirando al cielo, como queriendo alcanzar las nubes; después mostré la maravillosa fuente de mi descendencia, mi primogénita, igual de hermosa que su madre, pero más fuerte, absorbiendo toda la energía que la hacen siempre mantenerse en pie, a pesar de las fuertes tempestades, generosa, y siempre competente como madre y como hija; después apareció el fino rostro de esa preciosura, a la que conocemos como Maye, de carácter fuerte, que la blinda contra las adversidades, pero de un corazón bondadoso y generoso, que procura la salud y los buenos modales para dar a la patria servidores disciplinados, leales y responsables. No podría faltar mi regalo, mi Cristian, hombre de familia, amante de la paz y la justicia, noble, preocupado sí, pero consiente de sus alcances y su inteligencia. En seguida el ramillete de flores del jardín del paraíso, Sebastián mi primer nieto, inteligente, formal, algo temeroso, pero siempre avanzando, descubriendo su gran potencial, sorteando los retos que le depara la vida, muy noble y leal; y qué decir de mi alma gemela, Emiliano, soñador, práctico, amoroso, sensible, decidido, capaz; después aparece mi Andrea, la niña de los ojos de cielo, la más libre de todos mis nietos, la más feliz, la que supera todas las inconveniencias, la de la inocencia natural, la que hace brillar la estrella más lejana. Que, si los amo, los amo a todos, a los primeros, a los segundos, a mi Fernanda, de apariencia distraída, pero de amor profundo, callada, pero con un corazón del tamaño del mundo, y qué decir de mi Valentina, la que cuida de mi apariencia, la que juega, la que expresa lo que quiere y lo consigue, de carácter decidido y firme para ser, por supuesto, exitosa. De los terceros María, la causa de mis tormentos, la que liderea las decisiones, la que sabe lo que vale, la de inteligencia sobresaliente, la que no miente, la que derrama sabiduría; y después mi adorado José Manuel, noble como ninguno, amoroso, romántico el que ve a un mundo con problemas, pero con la esperanza de que pasen todas las calamidades, para seguir disfrutando del amor de su familia. Y después aparece la figura de mi Diego, el que decide cuando y como, el que pide primero pruebas porque no quiere equivocarse, el que busca sentir el latido del amor en el corazón de todos los que lo amamos.

Bien dicen que la luz blanca irrita los ojos, y mis ojos tal vez por la edad se vieron más afectados al mostrar la galería de la cual me siento orgulloso, por eso se ven en estos momentos más lubricados que de costumbre.

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