Hace algunos años, de aquellos a los que los hombres de buena voluntad solemos llamar gloriosos, porque el Creador, además de su amor, dispone maravillosos escenarios, para que sus hijos en la tierra disfrutemos a plenitud de su benevolencia, cabalgaba por el camino de las reflexiones, al lado de mi muy estimado amigo, compadre y hermano Antonio. Después de un buen tiempo de recorrido, aquel maravilloso ser humano me dijo: Paremos aquí a descansar un poco bajo la complaciente sombra de este noble árbol, tomemos un poco de agua, sequemos el sudor de la frente, y de ser posible, busquemos en las alforjas de nuestra mente, el mejor alimento para el espíritu. Cómo poder rechazar aquella generosa oferta, donde la palabra descansar, sonó en mis oídos como una melodía relajante. Ya sentados ambos al pie del venturoso árbol, disfrutando de su amable sombra, observando el buen Toño, mi semblante serenamente fatigado, seguramente dispuesto a soñar despierto, me dijo: Llegará el día en el que encontremos en nuestro recorrido una vereda tan estrecha, en la cual, sólo un jinete y su cabalgadura pueda seguir de frente, y me pregunto entonces ¿Qué será de nuestra hermanada amistad? Volteé a verlo extrañado por su angustiosa pregunta, y vi cómo su cara reflejaba una sincera congoja, de esas que llevan consigo un fino dolor que llega hasta el alma. Sin prisa le contesté: ¿Acaso no sabes que Dios nunca pone obstáculos en el camino a las almas hermanas? Él dispuso las coincidencias para que camináramos juntos, mas, los obstáculos que encontramos en nuestro paso por la vida, los pusieron aquellos que sintieron envidia, los que privilegian el egoísmo y la intriga; que por cierto, nada han logrado, porque caminando junto a nosotros va el Espíritu de Dios.

Qué felicidad es ver la sonrisa en un rostro lleno de esperanza, en un hombre de fe, un amigo, un hermano; qué felicidad ir cabalgando por un camino tan amplio, tan infinito y eterno; qué felicidad es sentirse siempre acompañado por seres tan amados.

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