Cuando estuve ciego, escuché hablar de un hombre llamado Jesús que hacía milagros, entonces, desesperado les pedí a  los que estaban cerca de mí  que me llevaran a su lado, pero nadie escuchó mi llamado, porque al parecer estaban más ciegos que yo, entonces, empecé a caminar, tropezando  y cayendo por el camino, hasta que un día ya cansado, en una de esas dolorosas caídas, preferí quedarme tirado en el suelo llorando  por mi  triste pena, y al paso de unos minutos, sentí la presencia de alguien junto a mí, cuya mano  rozó mi cara, para tomar del suelo el lodo que mi llanto había formado con la tierra, y ponerlo sobre mis ojos cerrados; desde entonces supe lo que era un milagro.

Cuando estuve sordo, pensé que podía superar mi discapacidad aprendiendo a leer los labios de los demás, pero, por no saber escuchar, siempre mi interpretación estuvo equivocada, mas, un buen día, me quedé dormido bajo la sombra de un frondoso árbol, y entonces, llegó a mí una suave brisa que me habló al oído, y hasta entonces pude comprender el porqué, si habiendo tantas palabras, nunca puede escuchar la voz que viajaba con el viento.

Cuando estuve paralítico por causa de mi miedo, sentí cómo una fuerza, me dio un suave empujón hacia el atrevimiento, y desde entonces, pude caminar sin ningún temor, y emprendí la búsqueda de mayor conocimiento para encontrar la fuente del poder que me movió.

Hoy sentí la mano de Dios sobre mi hombro, después, escuché su voz que me decía que todo estaría bien y abandonara mis temores, porque por cada una de mis dolorosas caídas, tendría siempre una venturosa levantada, porque nada, ni nadie en este mundo, podría detener lo que por su voluntad se hacía.

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