Y la esperanza se consolidó, y se quedó para siempre en su corazón, cuando ellos sintieron lo que yo sentí a su edad por aquella amable tierra, abrigo de todas mis aventuras de la infancia.

Al principio, todo era reniego al visualizar la posibilidad de aburrimiento. ¿Qué podrían hacer mis hiperactivos nietos en un espacio terrenal, que no consideraban apto para llenar todas sus expectativas de diversión, acostumbrados como están, al uso de juegos virtuales que les ofrece actualmente la moderna tecnología?

En nuestros primeros viajes a Santiago Nuevo León, empezaron a explorar el territorio, todo se circunscribía a la visita de los sitios tradicionales, pero no imaginaban el fantástico efecto mágico de una narrativa, nacida de un corazón del niño que aún vive en el sembrador de valores y tradiciones familiares, al que ellos llaman abuelo.

En aquel tiempo, les decía, ya existía el cielo y la tierra, pero quiso Dios que, en el estado de Nuevo León, vivieran un par de seres humanos extraordinarios, en un poblado mágico llamado San Francisco. ¿Que por qué era mágico? Porque era habitado por seres maravillosos que vivían una vida igualmente extraordinaria;  a estas dos personas, el Señor les puso por nombre Virgilio e Isabel, y les dijo que serían los pilares de una maravillosa familia que llevarían por apellidos Caballero Saldívar; sus hijos: Concepción, Arturo y  María del Carmen Ernestina, a su vez, tendrían una  gran descendencia; de esta última hermosa mujer, nacerían diez personajes importantes en la vida extraordinariamente fantástica  y mágica de aquél, al que Dios designó como el narrador de las historias de vida de una familia que llevarían por apellido Beltrán Caballero; porque la dama se desposó con un romántico cantautor, químico de profesión, de nombre Salomón Beltrán García, que a su vez, provenía de una distinguida, culta y progresista familia de San Fernando, Tamaulipas, cuyos pilares eran Felipe y Abigail, que habían engendrado a Miriam, Aminta, Elizabeth, Raquel, Eunice, Elvia, Felipe, Salomón y Elia.

Los diez hijos de Ernestina llevan por nombre Antonio, Salomón, Abigail, Isabel, Aminta Josefina, Claudia Georgina, Virgilio Felipe. Miriam Eunice, Martín Leonte y José Manuel. Y quiso Dios que Antonio, Abigail, Aminta y Claudia convivieran muy de cerca con los abuelos maternos por varios años y fueran muy queridos en aquella tierra. Muchos años después a este narrador de historias le tocó estar un año, conociendo muy de cerca el corazón y fundiendo su espíritu a los de sus abuelos Virgilio e Isabel, pero, sobre todo, sintiendo cómo poco a poco se iba fundiendo también al espíritu de la madre tierra de sus mayores.

A 18 años del primer viaje a Santiago N.L. con Sebastián, mi primer nieto, en el último viaje que estuvimos ahí (Agosto del 2022), sus hermanos Emiliano y Andrea me pedían que nos quedáramos un día más en aquella bendita tierra, lo que me llenó de gozo porque eso significó que la semilla que había sembrado ya había germinado y las raíces de la esperanza empezaban a adentrarse en el corazón de la tierra de sus mayores.

Cuando mi esposa, que es mi correctora oficial, leyó este artículo, se preguntó lo mismo que seguramente se estarán preguntando algunos de ustedes: ¿A qué vienen tantos nombres de familiares? la razón responde a una analogía bíblica sobre la obediencia del hombre a los mandatos de su Creador en el sentido de reproducirse y poblar la tierra.

No necesito ir tan lejos para conocer el mundo, porque mi mundo es y será siempre el lugar donde he sido feliz (Citas SBC)

enfoque_sbc@hotmail.com