Recién había terminado mi servicio social como médico pasante en el Centro de Salud Urbano de Nueva Ciudad Guerrero Tam., me regresé a Cd. Victoria y me dispuse a buscar un local para instalar mi consultorio, encontrando un excelente sitio en la esquina del 10 Matamoros, era un lugar prestigiado, pues varios médicos ya prestaban sus servicios en la calle 10 entre Morelos y Matamoros.
Como suele suceder, cuando estás recién desempacado de la Universidad, carecía yo de la solvencia económica para iniciar mis actividades en forma particular, pero, mi madre que estaba sumamente entusiasmada por el hecho de tener un hijo médico, decidió de inmediato apoyarme para mi instalación, de ahí que se dispuso a amueblar el consultorio, una vez que se había completado la remodelación del inmueble. Tenía ella la experiencia previa, porque ya había amueblado otros consultorios y concedido crédito a otros galenos, entre ellos algunos especialistas que habían arribado a nuestra comunidad.
Estando todo listo para el arranque, consideramos indispensable bendecir las instalaciones, por lo que solicitamos a un sacerdote los servicios y procedimos a invitar a la ceremonia a algunos familiares y amigos; entre ellos acudió mi madre, mi esposa, mis hijas Katty y Mayeya, las tías Raquel, Eunice, Elvia y Elizabeth Beltrán García, mis amigos el Dr. Antonio Ángel Beltrán Castro, Dr. Antulio Arael Silva, Dr. Oscar Villanueva Salinas, entre otros; charlábamos amenamente cuando llegó el Padre David Martínez Reyna (posteriormente Monseñor. QEPD). caracterizado por su amable trato y su buen sentido del humor, quien después del saludo correspondiente, procedió a realizar el rito religioso; en momento de la oración especial el padre David expresó una serie de bienaventuranzas en beneficio de mi persona y haciéndole una última petición al Creador, pronunció con exaltado fervor lo siguiente: ¡Dale, Señor, a este hijo tuyo, médico de profesión, mucho trabajo, que tenga muchos pacientes, pero muchos, y de pronto hace una breve pausa y mirando con verdadera devoción al Cristo Crucificado que me acompañaría en el desempeño de mi profesión, rectificó, bueno Señor, dale sólo los suficientes pacientes para vivir decorosamente, porque no deseamos que se enferme mucha gente! Los presentes hicimos un gran esfuerzo por no reír abiertamente, pero no pudimos detener una discreta sonrisa.
Pasaron 10 años desde aquella inolvidable ceremonia y me encontré en un bautizo al padre David, quien me preguntó: ¿Cómo te ha ido médico? ¿Cómo va el consultorio? le contesté lo siguiente: Padre, creo que verdaderamente usted tiene mucha cercanía con Dios, porque, en aquella ocasión, sin duda lo escuchó en lo concerniente a la reducción de la consulta, y por cierto, seguro que la mayoría de los que acudieron eran recomendados del Señor, pues muchos no tenían con qué pagar la consulta y por consiguiente, yo no pude pagar la renta, ni los servicios públicos, por lo que pensé en cerrarlo; más fue tan grande su bondad, que me envió inmediatamente ayuda, pues me cayó del cielo un trabajo en la Secretaría de Salubridad y Asistencia y con ello pude solventar algunos gastos del consultorio y mantenerme por 10 años, pero no se preocupe, no he dejado mi apostolado, pues en la institución sigo ayudando al prójimo. Ambos reímos de buen agrado, comprendiendo que muchos son los caminos de Dios para cumplir su voluntad.
A 43 años de haber iniciado mi trabajo como servidor público, puedo asegurarles que han sido más las satisfacciones recibidas, que las penas sufridas, porque incluso, de estas últimas, nunca me sentí sólo, Él siempre me ha ayudado a cargar con mi cruz y sigo escuchando su voz, que me alienta a seguir con la misión que me ha encomendado.
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