El equilibrio existencial, es fundamental para administrar bien nuestro tiempo y poder organizarnos para disponer de un horario para cada una de nuestras actividades prioritarias. Cuando ese equilibrio se rompe, los seres humanos empezamos a sufrir las consecuencias, la mayoría de éstas, impactan primero al centro de nuestras emociones, y de no poder corregir el desequilibrio con oportunidad, aparecen los efectos secundarios, sobre los distintos órganos de nuestro cuerpo.

El equilibrio existencial es parte de un todo, y para mantenerse, requiere del equilibrio de cada una de las partes de ese universo, de tal manera, que el hecho de asegurar que nuestra estabilidad emocional depende enteramente de nosotros mismos, en lo particular, me parece erróneo; de ahí que, si pretendemos realizar acciones para nuestro muy particular beneficio, resulta una mala ruta, para pretender llegar a lograr ese tan anhelado estado del ser.

Sebastián, mi nieto mayor, cuando cursaba el sexto año de educación primaria, notó en mí una seriedad inusual e intuyó que eso se debía a cierta inconformidad de mi parte, y me preguntó: ¿Te sientes mal, abuelo?  Yo permanecí callado, debido a que en ese momento estaba analizando un desacuerdo reciente con su abuela. El niño insistió y me dijo: Si quieres podemos hablar del asunto que te preocupa; tal vez por mi edad, te parezca que no pueda entender lo que te pasa, pero te puedo asegurar que sí lo entiendo. Yo le respondí: No dudo de tu capacidad para entender lo que me sucede, pero, no quisiera causarte más preocupaciones de las que ya tienes. Sebastián contestó: Mira abuelo, si puedo entender mis preocupaciones ¿por qué no podría entender las tuyas? Le dije: Tal vez, porque mis preocupaciones son más grandes que las tuyas. Entonces él comentó: No abuelo, no hay preocupaciones grandes, ni pequeñas, sólo hay preocupaciones, pero si me hablas de las tuyas tal vez te pueda ayudar. Me logró convencer con sus argumentos, y por increíble que parezca, decidí platicar del asunto con él, y pude comprender, en nuestro diálogo, que al principio él pensó que era parte del problema y estaba más que interesado en disculparse si así lo fuera.

Lo anterior me hizo reflexionar sobre la importancia de transparentar nuestras inquietudes ante los demás, y más, tratándose de niños, ya que, si no lo hacemos, podemos generar en ellos especulaciones que puedan llegar a causarles, incluso, trastornos de ansiedad o estados depresivos, al pensar que ellos están involucrados en el conflicto.

Por cierto, hablar con Sebastián, aquel día, contribuyó a calmar mi ánimo deprimido, pues sabiamente me hizo comprender que no importa la magnitud de los problemas, siempre existe una solución y la solución que él me dio fue la siguiente: En ocasiones, a los niños no se nos toma en cuenta sobre lo que es bueno o malo para nosotros; yo siento que a mí me afecta el exceso de trabajo escolar y las presiones familiares, pues  tanto mis maestros, como mis padres, quieren que sea el mejor en todos los aspectos, pero la verdad es que sólo quiero ser yo mismo, pero no me dan esa opción.

En ese legado infantil que me obsequió mi nieto, me vi a mí mismo a su edad, tratando de adecuar mi capacidad física e intelectual a los criterios de los adultos, y puedo asegurarles que, aunque me esforcé para estar a la altura de sus expectativas, siempre me frustró el hecho de haber tenido que sacrificar muchas de las cosas saludables que un niño debía de disfrutar.

La alegría perdida en la infancia, no se recupera ni convirtiéndose en comediante cuando se es adulto.

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