Que satisfacción da el saber que hay lectores que recuerdan alguno de mis artículos anteriores, cuando en ocasiones pareciera que mi palabra escrita fuera como una hoja seca que se lleva el viento de la tarde cuando el árbol empieza a envejecer; qué satisfacción el encontrar a algunos amigos que, al no encontrar mi pensamiento en los medios, se acuerdan de mí y se pregunta: ¿Si estoy bien? ¿Si mi ausencia es sólo temporal?

Ayer mi esposa cepillaba el largo cabello de mi nieta María José, inquieta como es, María Elena, con el fin de calmarla, le estaba narrando una anécdota de una escena similar, donde ella, siendo muy joven y recién casada, al acompañarme a San Francisco, Santiago NL., cepillaba el cabello de mi abuela Isabel, y le decía: Tu abuelo ha tenido la costumbre de observarlo todo, y sucedió que un buen día estando en el paraíso, nos encontrábamos con tu tatarabuela Chabelita, ella estaba sentada en el primer escalón del portal de sus descansos, a eso de las tres de la tarde, esto, después de haber servido la deliciosa comida del mediodía que nos había preparado; pero antes de ir a reposar al escalón, ella había lavado cuidadosamente su larga cabellera, y mientras tu abuelo la veía embelesado, yo María Elena, su joven esposa, amorosamente me encontraba cepillando su fino pelo entrecano; y escuché cómo tu abuelo pensativo decía que el día era maravilloso y se preguntaba: ¿qué bonito sería, que el mejor de los pintores pudiera en su lienzo plasmar éste grato recuerdo? Pero sólo estábamos los tres ahí, serenamente sentados; bueno, eso creía yo, pero no tu abuelo, que por ser muy espiritual decía que éramos más de tres los que estábamos ahí porque aseguraba que Jesús se encontraba entre nosotros, y le decía: Mira abuela, quién se encuentra aquí, el que te ha obsequiado esas manos preciosas, que lo mismo tienen la fuerza para dejar reluciente un plato, que la moldeada superficie de los cazos de cobre, que el abuelo Virgilio utiliza en la carnicería. Y mira que las flores multicolores de tus geranios te sonríen, porque igual que Jesús, están contentos de que tus nietos te prodiguen tan tiernos mimos; porque te mereces eso y más, porque de tu jardín y de tu gran descendencia, ni un sólo día de tu vida te has podido olvidar; por qué habría yo entonces de olvidarte a ti abuela consentida, a tantos años de que el Señor te diera la paz para que lo acompañaras en la eternidad, allá en donde reina el amor y todo es del color de la alegría que da su divina presencia celestial.

Y tú María Elena, esposa mía, ¿tienes quién cepille hoy tu hermosa cabellera? ¿Acaso hay un escalón espiritual en tu portal? Porque igual de amorosa eres con tus nietos, y atiendes con el mismo afán todas sus necesidades y deseos.

Aaah, esa costumbre de tu abuelo de observarlo todo, nos permite ver que el Señor, sigue estando con nosotros y nos invita a sentarnos con él, para que, en un remanso de paz, nos obsequie su amor con infinita ternura, para que no olvidemos, que hombre y mujer, que padres e hijos, que abuelos y nietos, siempre deben de amarse como él nos ama.

enfoque_sbc@hotmail.com