Las historias familiares y de vida, no deben quedar enterradas en el pasado, quien cierra la puerta del ayer y vive sólo el presente, no tiene oportunidad de valorar en el tiempo, los momentos de mayor satisfacción para el espíritu, porque no todo es como se piensa, que el disfrute lo recibe el cuerpo, éste responde al regocijo del ente energético que mueve al ser, entonces, desempolvando los recuerdos, se puede llegar a despertar al espíritu, que por no nutrirse de la alegría, prefiere seguir dormido. Motivos siempre sobran para desechar la idea de no ver lo que se ha dejado atrás, pero yo les aseguro, que cuando te das la oportunidad de voltear, tu espíritu empezará a despertar de nuevo, no importa los derroteros por los que estés pasando, el espíritu te recordará el lema que te hará seguir adelante: Si antes pude, hoy podré más, no importan los años, no importan los desencuentros, alimentar al espíritu en estos tiempos, es lo mejor que puedes hacer. Por eso resulta que estando yo en aquel tiempo, pensando en los mensajes de mi Maestro Jesucristo, sobre la humildad, resultó que un buen día el Espíritu Santo me visitó para anunciarme que la mejor manera de abrir los ojos a  aquellos que  persisten en la cerrazón de la desigualdad, que por cierto, llega a algunos por agravio directo, y a otros, por contagio a través de los mensajes subliminales esparcidos en el entorno, que igual llegan producir esa sensación de ser víctima, cuando los que evidencian las verdaderas heridas, manifiestan dolor, y que por cierto,poco son escuchadas para remediar sus males, mientras que las víctimas por contagio o simuladas, en lugar de dolor exhiben rencor, producido esto, por la frustración de no haber sido afortunadas en los momentos coyunturales de la vida pública, cuando la aparente abundancia asoma a su paso pero siguió de frente, y su fracaso los incita a pronunciarse en contra de todo lo que consideran que los pone en circunstancias de desigualdad, al compararse con los de arriba y no con los de abajo; pues bien,  sucedió que un paciente veía la diferencia de mi estatus de médico y el suyo como paciente, resaltó algunos aspectos que evidenciaban una gran brecha, lo que hacía la defenecía entre el estar bien y el estar mal; era el tiempo de las complicaciones de la epidemia de la Diabetes Mellitus 2 que se dejó sentir con mayor fuerza, y entre ellas el Pié Diabético, y estando en una plática con el Grupo de ayuda mutua, además de hacer énfasis en el mejor control de su desajuste metabólico, les  sugería el cuidado de sus pies , evitando factores de riesgo; uno de los asistentes tomó la palabra para preguntar si era importante el buen lavado de los pies, poniendo especial cuidado sobre el secado entre los dedos, ya que de dejarse humedad, podría ser un medio de cultivo para hongos y bacterias; a lo que yo afirmé, y luego continuó que cómo debería hacerse ese lavado, sugiriéndome les mostrara con una práctica, hasta ese momento me percaté que era el mismo paciente que señaló los aspectos de la desigualdad entre los médicos y los enfermos , por lo que acepté el mostrarles el procedimiento, solicitando a mi auxiliar trajera una tina, jabón y una toalla para el secado, solicité a uno de ellos pasara para realizar la práctica, misma que se hizo frente a los asistentes. Yo sabía que aquella persona estaba probando el valor de la humildad; no me sentí por ello ofendido, por el contrario contento, pues bien sabía que con ello mis pacientes me sentirían más cerca de ellos. Cuando le platiqué de esto a mi esposa ella me dijo que tal vez no debía haberlo hecho, no por no estar dentro de la norma oficial, sino porque la gente podría mal interpretar el hecho.

Entonces recordé una cita Bíblica: “Entonces Juan, tomando la palabra, dijo: Maestro, hemos visto a uno lanzar los demonios en tu nombre, pero se lo hemos vedado; porque no anda con nosotros en tu seguimiento. Dijole Jesús: No se lo prohibíais; porque quien no está contra vosotros, por vosotros está. (Lc 9:49-50)

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